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Living (2022): ¿Qué estoy haciendo con mi vida?

Escrito por Teresa Téramo
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Oh! home and infancy / Oh! Rowan tree!” (The Rowan Tree, canción tradicional escocesa)

Living (Oliver Hermanus, 2022) es una remake con tres características especiales: Kazuo Ishiguro, premio Nobel de Literatura 2017, escribió el guion; se basa en la película Vivir (Ikiru) de Akira Kurosawa, estrenada en 1952 y la fuente de inspiración del premiado realizador japonés es nada menos que la novela de León Tolstoi: La muerte de Iván Ilich. Tal combinación de genialidad creativa sin duda iba a desembocar en un bellísimo y profundo film que nos transporta a Londres de mediados del siglo XX y a la vida de un ciudadano común y corriente, como cualquiera de nosotros.

Rodney Williams (Bill Nighy) es un funcionario público de cierto rango en el London County Council. Tiene a su cargo la oficina de “Obras públicas” y dirige a unos pocos empleados, entre ellos a una joven mujer, Miss Margaret Harris (Aimee Lou Wood) y a un nuevo integrante del equipo: Mr. Peter Wakeling (Alex Sharp). El lugar de trabajo está cargado de papeles, expedientes y solemnidad, solo interrumpida por los comentarios entre alegres e ingenuos de Miss Harris que trata de hacer agradable el ambiente al empleado recién incorporado. Irrumpen la monotonía, tres mujeres que presentan una petición para transformar un rincón de Londres, bombardeado durante la guerra, en un parque infantil. Mr. Williams —tal vez como bautismo de trabajo— le pide a Mr. Wakeling que las acompañe hasta la oficina que considera competente, pero los empleados de ese sector las derivan a otro y así sucesivamente: suben y bajan escaleras, golpean puertas, insisten ante funcionarios “atareados” … hasta terminar donde empezaron: en la oficina de “Obras públicas”, y el expediente en manos de Mr. Williams que lo coloca en medio de una inamovible pila de papeles. La desgana y la rutina se imponen y ahogan la piedad ante las necesidades ajenas. Pero ese día ocurrirá algo distinto: a la salida del trabajo, Mr. Williams visita al médico: le quedan de seis a nueve meses de vida. La noticia lo paraliza, lo deprime. Se cierra así el primer acto, con la muerte como situación límite.

Mr. Williams busca hablar y la noche de la noticia, en vez de ir al cine como solía acostumbrar, se queda a oscuras, solo, pensando, recordando, en la sala de su casa. Cuando llegan su hijo y nuera, con quienes vivía, les pregunta: “¿Se sentarían unos momentos conmigo?”, pero estos se disculpan y retiran a la planta alta. Sigue pensando, solo. Se suceden unas imágenes en blanco y negro. Los recuerdos se interrumpen cuando escucha desde lo alto un: “Papá”. La voz de su hijo lo hace salir de su ensimismamiento, pero es solo para pedirle que cierre la casa. Tristeza. Se ausenta al trabajo al día siguiente. Se aleja de la ciudad, viaja hacia una playa. Busca “morir” —compra tarros de somníferos— y “vivir” —se entrega a una noche de tabaco, alcohol y espectáculos. Pero ni lo primero es morir ni lo segundo vivir.

La historia gira en torno a la tragedia de haber malgastado el tiempo vivido, el problema de la incomunicabilidad y la trivialidad e indiferencia con la que se enfrenta la muerte —y la vida— de los otros. Tolstoi discurría así en La muerte de Iván Ilich: “Aparte de las reflexiones sobre posibles nombramientos y cambios en el servicio, que podría traer consigo ese fallecimiento, el hecho mismo de la muerte de un conocido provocó en cuantos recibieron la noticia, según ocurre siempre, un sentimiento de alegría, porque había muerto otro y no ellos”. El mayor dolor de Iván y de Mr. Williams no lo provoca la enfermedad, sino la impiedad de los demás —especialmente de la familia— ante los padecimientos y la consecuente experiencia de soledad. “Los que lo rodeaban no lo comprendían o no querían comprenderlo, y pensaban que todo seguía igual que siempre. Eso era lo que más hacía sufrir a Iván Ilich”. Así también en el film. Pero… ¿quién es el indiferente? ¿Por qué Williams no se anima a hablar, a contar su dolor, a compartir con su familia lo que le pasa? ¿Acaso el sí es y fue piadoso?

Williams está solo, porque vivió solo, pensando en él y no en los demás. Lo que nos viene a decir Tolstoi-Kurosawa-Ishiguro es que cada uno al final encuentra lo que fue construyendo con sus decisiones libres. ¿Tendrá tiempo —algo de tiempo— para cambiar esto? ¿Podrá morir feliz, haciendo antes algo que dé felicidad? ¿Queda tiempo para hacer algo bueno, nuevo y distinto, es decir, para vivir y disfrutar de la vida, para tejer alguna relación desinteresada?

Caminando por Londres encuentra a Miss Harris, la empleada que parecía siempre vital y feliz en su oficina y ahora trabajaba en un restaurante. La invita al cine, a un almuerzo, a caminar por el parque, y es ella la que le muestra un gesto de compasión, un gesto desinteresado de compañía, y también le recuerda que todavía hay tiempo para hacer algo bueno. Se cierra el segundo acto.

El tercero se abre con la muerte de Williams: funeral, protocolos, muestras de gratitud y de cumpli-miento. Mediante una elipsis y flashbacks se articula esta parte del film. Mr. Williams hizo lo que estaba a su alcance: desempolvó el expediente para la creación de un parque infantil.

“Allí donde hay niños, allí hay una Edad de Oro”, decía Novalis. El proyecto final de Williams ha interiorizado la alteridad, ha asumido la situación que hace de nuestro protagonista un “con-viviente” y ha dado “valor” a su vida a la vez que abrió la posibilidad de “salvación” en el Otro. El Otro del proyecto de Williams no es su prójimo en sentido estricto, con el que tendría una relación personal o un trato directo; es el Otro. Un Otro que se encuentra en el futuro, la “humanidad” -que nos hace humanos- en la que Williams ha nacido y a la que se entrega, en su acto concreto que busca hacer el bien. Y lo hace porque lo desea. Cuando Williams sale de sí, la muerte salé de él. Williams trasciende y, al final, comprobamos con él, que la esperanza mueve nuestros esfuerzos cuando asumimos la necesidad de los otros que puede ser la nuestra, cuando el amor mueve a la piedad. No importa ya si lo reconocerán o no, porque él sí reconoció el sufrimiento y valor de los demás.

El film trabaja con las palabras y los silencios, con la ausencia y los recuerdos, con los dolores físicos y con los morales, con el miedo a morir y la alegría de vivir, con la bondad y la gratitud. Así, recuerda otra película —ya un clásico del cine— Qué bello es vivir (It’s a Wonderful Life, Frank Capra, 1946). Más allá de las enormes diferencias artísticas entre la una y la otra, que son muchas, ambas narran, una historia que nos muestra el valor de una vida concreta —por insignificante que sea—, el poder de la libertad —capaz de cambiarnos en un instante— y el sentido de vida como regalo, don para amar y disfrutar —porque es limitada y breve—, buscando la felicidad en las pequeñas cosas en vez de esperar que nos lleguen las grandes.

En su diario personal escribió Tolstoi: “Tiene que haber un cambio en mi manera de vivir. Pero es necesario que este cambio no sea obra de las circunstancias exteriores, sino del alma. Aquí me hago una pregunta: ¿cuál es el objetivo de la vida humana? Cualquiera que sea la culminación de mis reflexiones, cualquiera que sea el punto de partida, siempre llego a la misma conclusión: el objetivo de la vida humana es contribuir de todas las maneras posibles al desarrollo armónico de lo existente” (Tolstói, Diarios (1847-1894), Acantilados, 2011: 17).

En Living, como metáfora de la historia que se nos cuenta, se escucha más de una vez la melodía tradicional escocesa “The Rowan Tree”, cuya letra es una poética meditación sobre la fugacidad de la vida —tan breve como la de un árbol en flor— y la luz que toda infancia arroja sobre nuestro mundo.

Sobre el autor

Teresa Téramo

Doctora en Ciencias de la Información por la Universidad de La Laguna (España) y Profesora en Letras por la UCA, donde es la Coordinadora Académica de la Maestría en Comunicación Audiovisual.

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