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Más allá de la vorágine actual

Escrito por Hernán Maurette
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«La sociedad técnica puede crear la comodidad. Pero no puede crear el espíritu. Y sin espíritu no hay genio. Una sociedad desprovista de hombres de genio está condenada a la desaparición. La sociedad técnica, que ocupará el lugar de la sociedad occidental y que conquistará toda la superficie de la tierra, perecerá también», afirmaba uno de los personales de La Hora Veinticinco, escrita por el rumano C. Virgil Gheorghiu, en 1951. 

Hace unos días me fui al campo para escaparme de las disputas por las candidaturas. No quería ni ver el teléfono. Encaré a la biblioteca y busqué en el anaquel de los libros heredados. Para irme también de la época. Y me encontré con este libro, que habla de lo que sucedió en Europa central durante la guerra y la posguerra.

El autor refiere como sociedad técnica a la que tiene todo dispuesto para su funcionamiento, pero que omite lo que excede a lo estrictamente funcional, por decirlo de alguna manera. A la sociedad burocratizada, a lo que James Burham llamó «La Revolución de los directores» en uno de sus libros.

Son esos libros de lectura amable dado lo amaríllenlo de sus páginas, pero frágiles en su encuadernación por lo que se suelen despegar sus pliegues; el editor no calculó una lectura 72 años después.

«Ese derrumbamiento de la sociedad técnica será seguido del renacimiento de los valores humanos y espirituales», profetiza el escritor Traian Koruga, hijo de un sacerdote ortodoxo que es pope (párroco) de Fantana, un pueblo rumano rural, que es el escenario en donde se inicia el relato de Virgil Gheorghiu. «Todos moriremos en nuestras celdas de esclavos técnicos».

La hora veinticinco hace referencia al más allá. «No es la última hora, sino una hora después. El tiempo preciso de la sociedad occidental. Es la hora actual», asegura. «La Iglesia no puede salvar las sociedades, pero sí puede asegurar la salvación de los individuos que la componen», dirá luego el padre Koruga.

«Desde hace algún tiempo una nueva especie de animal apareció en la superficie del globo: el ciudadano -explica Traian Koruga-. No vive en los bosques ni en la selva, sino en los despachos. Sin embargo, es más cruel que cualquier animal salvaje. Nació del cruzamiento del hombre con las máquinas (…) En lugar de corazón tienen cronómetros y su cerebro es un engranaje».

«Todas las victorias del hombre desde su aparición hasta la actualidad son victorias del Espíritu. Y gracias al Espíritu terminaremos por domar a los Ciudadanos, encastillados ahora en sus despachos. Si no llegamos a domarlos, nos harán pedazos», plantea Traian Koruga.

«La vida no tiene ningún fin objetivo, a menos que se designe así a la muerte: todo fin real y verdadero es subjetivo -explica el padre Koruga-. La sociedad técnica occidental quiere dar a la vida un fin objetivo. Es la mejor manera de destruirla. De esa manera, la vida queda reducida a una estadística, pero toda estadística deja escapar el caso único en su género; y cuanto más evolucione la Humanidad, mayor será precisamente la singularidad de cada individuo. (…) La Sociedad técnica progresa exactamente en el sentido inverso: lo generaliza todo».

«Los hombres tratan de salvar a esta sociedad por medio de un orden lógico, cuando es precisamente ese orden quien la mata, concluye.»

Está claro que, lejos de evadirme en una novela del presente, el libro me trajo a la actualidad más acuciante. Pero con una perspectiva elevada y salvadora.

Sobre el autor

Hernán Maurette

Politólogo. Consultor en asuntos públicos. Lidera el Comité de Comunicación de ACDE. Premio a la Trayectoria Profesional del Consejo Profesional de RR. PP. del año 2021

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