Valores

No robarás

Santiago Sena - El negocio de La Grieta
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Los economistas no son santos y, si lo fueran, no serían de mi devoción, pero en esta sentencia los re-banco: la corrupción aumenta los costos de transacción. 

No se entusiasme, estimado lector, aunque sea tentador no voy a alimentar la antinomia economistas-administradores. Por un lado, porque mientras escribo esto en la PC de mi box del área de investigadores de la Universidad estoy rodeada de economistas y, por otro, porque lo que los primeros tienen de rigor científico, los otros lo tienen de pertinencia. Bien por todos.

Y aunque todo parezca que estoy en tren de generar alguna reacción cercana adversa, le confieso que, en lo que voy a decir ahora, no me interesa nada tener razón. Y es que tengo la sensación de que la Iglesia en su discurso público no enfatiza lo suficiente su tradicional condena a la corrupción. Quizás me equivoco, quizás sea el énfasis de los medios periodísticos, pero esta sensación me obliga a indagarla en este escrito. Leeré o escucharé con mucha atención las opiniones en contrario; para ello van aquí van mis idas y vueltas sobre la cuestión.

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A veces, me pregunto si es que hay algún tipo de gris doctrinal que justifique eso que percibo como una débil condena pública a la corrupción. Ahí mismo, como respuesta, me surge el recuerdo del Rito del Bautismo. El celebrante te pregunta si renuncias a las obras opuestas al Evangelio que son -entre otras- la injusticia y el favoritismo, el negociado y el soborno. ¿Más claro? Les diría: echale más agua bendita.

Por momentos, se me ocurre que, quizás, la percibo débil porque la protesta contra la corrupción se escucha más de alguna de las llamadas “derechas” y después, fugazmente, pienso que quizás es porque el “no robarás” es recién el séptimo mandamiento y en la lectura de las tablas de la ley nos gana la pereza. ¡Ja!

Otras veces, me pregunto si es porque el mandamiento solo dice “no robarás” y no dice “no serás corrupto”. Pero ahí recuerdo todas las veces que en la Biblia se condena a quien soborna a los jueces, sobre todo -me parece- en el Antiguo Testamento. Y, además, me digo que no sería necesaria tanta explicitación porque coloquialmente se suele identificar la corrupción con el robo, aunque no sean lo mismo.

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Los medios de comunicación masivos tienen elegidas como imágenes de la corrupción las bolsas y los bolsos, en un baño o en un convento o una valija en un avión. Esas imágenes son muy broadcasteables, sin embargo, la corrupción profunda no lo es. ¿Por qué? Porque es un no-ser.

Como decíamos, la corrupción aumenta los costos de transacción; todo se hace más caro y esa es también una forma de robo. Además, como afirmaba el economista Vito Tanzi -si no me equivoco- la corrupción no se puede medir porque no es observable. Piénselo, es bastante lógico; las operaciones no están registradas o son difíciles de seguir o identificar. Lo que, sí son observables según Tanzi, son “los efectos concomitantes”, esto es, los fenómenos que varían a la par que los niveles de corrupción: las ineficiencias, la pobreza, la evasión impositiva, las obras públicas no realizadas, etc. 

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Para mí, la corrupción se parece más a una mala administración que al robo y me refiero tanto a la corrupción pública como la privada. Y antes de que los abogados penalistas me salten a la yugular, aclaro que mi enfoque es principalmente ético-managerial y que discuto con los lugares comunes del habla y no con ellos. Por supuesto, la corrupción también incluye un beneficio indebido, pero esa afirmación no necesita de este texto. 

Si bien por administrar, se suele entender “hacer todo lo posible por ganar más plata” a veces, también se trata de hacer todo lo posible para no destruir el valor creado. Y hay modos de conducir organizaciones que en lugar de ser “Managing By Objectives” se rigen más bien por un “Managing By Destruction”. En la ciencia económica al igual que en la Administración -sí, muchas veces coincidimos- no se conciben la riqueza o los activos tan solo como una torta existente a repartir, sino como algo que todavía no existe, algo que tiene carácter potencial, que podría llegar a existir si se tomasen cierto tipo de decisiones.

Ahora que lo pienso, me parece mejor, estimado lector, que si le es posible se olvide Ud. de lo que dije al comienzo; bienvenido, si fue un gancho para la lectura. Veo que, en verdad, la tesis central de este texto es que la corrupción lo que genera son ausencias, realidades que deberían haber existido y no existen. Y digo “deberían” porque estaba todo dispuesto: la asignación presupuestaria, los recursos humanos y la discrecionalidad necesaria en los tomadores de decisión. Esta es mi definición: el robo es la sustracción de algo que ya existe, la corrupción es la sustracción de la posibilidad de que algo bueno para el bien común exista.

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El delito de corrupción “entre particulares” en España o Chile son delito, pero en la Argentina todavía no. Este tipo de corrupción privada es una de las formas posibles de mala administración ya sea en una empresa, ONG o fundación. Por ejemplo, un ejecutivo de una empresa A recibe como regalo un viaje a Qatar y entradas para la final del mundial de futbol a cambio de favorecer a una empresa proveedora B. ¿Ud. ve un bolso con billetes? Es probable que la empresa A esté pagando más caro ese insumo y luego traslade ese encarecimiento al precio de venta de lo que produce la empresa A. Otro ejemplo, un médico traumatólogo recibe una comisión de una empresa fabricante de dispositivos ortopédicos por recomendar a su paciente una prótesis “mejor” y más cara que -en parte- pagará la medicina prepaga y en parte el paciente. ¿Ud. ve solo un gasto de comercialización? 

Más allá de las distinciones contables y legales y de todos los análisis que podrían hacerse -y no hago- en estas breves páginas, digo que la corrupción vista en su efecto agregado (otro adjetivo de los economistas que espero estar usando bien) es moralmente más grave que el robo. ¿Por?

En primer lugar, porque en la corrupción, la violencia que se ejerce es más sofisticada y por su carácter de no-ser, la víctima no es siempre consciente de aquello que le ha sido quitado. En segundo lugar, justamente porque algunas de sus formas aun no son delito. Y aunque podría interpretarse de modo diferente, es decir, que si no es delito entonces no es tan grave, creo por el contrario que eso mismo lo agrava moralmente, porque implica más zonas grises, más alcance y más dificultades en su prevención. Por último, la corrupción nunca tiene que ver con la necesidad. Muchas veces hemos escuchado que quien roba una gallina para comer, comete una falta, pero no es grave. Ahora bien, en la corrupción pública y privada lo que hay es un ejercicio arbitrario y abusivo del poder, una falta total de ecuanimidad en las decisiones, un desinterés por el bien común de la organización y de la sociedad, movidos muchas veces por el deseo furioso e incontrolable de un funcionario que no está dispuesto a dejar pasar ninguna oportunidad en la puede tomar una ventaja.

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En este texto no pretendo minimizar la violencia que, a veces, es fatal en un robo, ni inclinarme políticamente en favor de algunos de otros. La corrupción y la obtención de sus indebidos beneficios no tiene bandera ni partido y se extiende a muchos tipos de actividad. 

Lo que intento es introducir una sutileza metafísica en el análisis de la corrupción pública o privada fundada en la definición del mal como ausencia de bien.  En este sentido, el efecto de la corrupción no es solo un faltante de dinero que ya existía, sino un no-ser que no se puede medir. En alguna de sus formas, podría decirse que la corrupción es como un robo por inacción, debido a la omisión de alguien con cierta responsabilidad de hacer crecer un bien común – un área, un departamento, un ministerio, una provincia, un país- movida por la lujuria del beneficio extra. 

Lo que hago aquí, en definitiva, es definir la corrupción como una ausencia de bienes comunes que podrían haber existido y no llegaron a ser. Una ausencia con tanta presencia que podría explicar la tristeza nacional -y de algunas organizaciones- por lo que todavía no son y tienen todo para llegar a ser.

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Gracias a los cinco anónimos reviewers que me hicieron comentarios y objeciones a los borradores o me dieron su nihil obstat.

Sobre el autor

María Marta Preziosa

Dra. en Filosofía por la Universidad de Navarra. Master in Business Administration por IDEA. Investigadora, Facultad de Ciencias Económicas, UCA. Docente en diversas universidades de la región. Consultora. Temas que suele tratar: management, ética, compliance, cultura organizacional entre otros.

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5 comentarios

  • Me parece muy interesante la visión de la corrupción. Debilidad de la Iglesia Católica y de la sociedad argentina frente a este tema. Gracias

  • Muy interesante el tema!
    Creería que la corrupción es una premeditación maligna, perversa…de la asignación de valores…con la ventaja competitiva malvada del ocultamiento e incluso con el propósito de un beneficio egoísta, favoreciendo a un determinado sector en la empresa.
    Coincido, una mala administración.

  • Excelente análisis de uno de las más serias carencias de mucha de nuestra ciudadanía: la falta de valores. Vivir honestamente, cumplir las normas morales y legales, predicar con el buen ejemplo, no dañar, respetar al otro, estimular sanas ambiciones de progreso, entre otra premisas básicas, no forma parte del bagaje de muchos de nuestros funcionarios, empresarios y ciudadanos en general (sin dejar de honrar, por supuesto, las excepciones que reconfortan nuestro espíritu). La pobreza intelectual, madre fecunda de muchas otras miserias, ha contribuido notablemente a aceptar que el modelo es ser «vivo» en lugar de «inteligente» y a consolarnos con el «roba pero hace». Muchas gracias por enriquecernos con una visión tan profunda, clara y abarcativa de un fenómeno que debemos contribuir, día a día, a combatir con todos nuestros recursos disponibles.