Valores

¿Qué esperas? ¿Qué esperamos? Última parte

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Para leer ¿Qué esperas? ¿Que esperamos? (Parte II), hacé clic acá.

Esta es la tercera y última parte de la selección de citas de la Encíclica de Joseph Ratzinger de 2007, Spe Salvi. Otra vez, solo los subtítulos son míos –aunque inspirados en el texto.

La oración como ejercicio del deseo

“Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme –…–, Él puede ayudarme. Si me veo relegado a la extrema soledad (…); el que reza nunca está totalmente solo [32]

“[Agustín] define la oración como un ejercicio del deseo. El hombre ha sido creado para una gran realidad, para Dios mismo, para ser colmado por Él. Pero su corazón es demasiado pequeño para la gran realidad que se le entrega. Tiene que ser ensanchado. «Dios, retardando [su don], ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz [de su don]» (…) «Imagínate que Dios quiere llenarte de miel [símbolo de la ternura y la bondad de Dios]; si estás lleno de vinagre, ¿dónde pondrás la miel?» El vaso, es decir el corazón, tiene que ser antes ensanchado y luego purificado: liberado del vinagre y de su sabor”. [34] 

Las faltas ocultas

“Rezar no significa salir de la historia y retirarse en el rincón privado de la propia felicidad (…) Debe liberarse de las mentiras ocultas con que se engaña a sí mismo: Dios las escruta, y la confrontación con Dios obliga al hombre a reconocerlas también. «¿Quién conoce sus faltas? Absuélveme de lo que se me oculta», ruega el salmista”. [34]

Actuar bien es esperanza

“Toda actuación seria y recta del hombre es esperanza en acto. (…). Pero, el esfuerzo cotidiano por continuar nuestra vida y por el futuro de todos nos cansa o se convierte en fanatismo, si no está iluminado por la luz de aquella esperanza más grande que no puede ser destruida (…). Si no podemos esperar más de lo que es efectivamente posible en cada momento y de lo que podemos esperar que las autoridades políticas y económicas nos ofrezcan, nuestra vida se ve abocada muy pronto a quedar sin esperanza (…).  [35]

Los límites y la impotencia

“Sólo la gran esperanza-certeza de que, a pesar de todas las frustraciones, mi vida personal y la historia en su conjunto están custodiadas por el poder indestructible del Amor y que, gracias al cual, tienen para él sentido e importancia, sólo una esperanza así puede, en ese caso, dar todavía ánimo para actuar y continuar. Ciertamente, no «podemos construir» el reino de Dios con nuestras fuerzas, lo que construimos es siempre reino del hombre con todos los límites propios de la naturaleza humana. El reino de Dios es un don (…) Podemos abrirnos nosotros mismos y abrir el mundo para que entre Dios: la verdad, el amor y el bien. Es lo que han hecho los santos (…) Eso sigue teniendo sentido, aunque en apariencia no tengamos éxito o nos veamos impotentes ante la superioridad de fuerzas hostiles. [35]

Verdad, justicia y amor no son ideales, sino realidades de enorme densidad

“Conviene, ciertamente, hacer todo lo posible para disminuir el sufrimiento; impedir cuanto se pueda el sufrimiento de los inocentes; aliviar los dolores y ayudar a superar las dolencias psíquicas. Todos estos son deberes tanto de la justicia como del amor y forman parte de las exigencias fundamentales de la existencia cristiana y de toda vida realmente humana (…) pero extirparlo del mundo por completo no está en nuestras manos (…)” [36]

“¿El otro es tan importante como para que, por él, yo me convierta en una persona que sufre? ¿Es tan importante, para mí, la verdad, como para compensar el sufrimiento? ¿Es tan grande la promesa del amor que justifique el don de mí mismo? (…) La fe cristiana nos ha enseñado que verdad, justicia y amor no son simplemente ideales, sino realidades de enorme densidad. [39]

El sufrimiento compartido

“ (…) Dios –la Verdad y el Amor en persona– ha querido sufrir por nosotros y con nosotros (…) Por eso, en cada pena humana ha entrado uno que comparte el sufrir y el padecer; de ahí se difunde en cada sufrimiento la con-solatio, el consuelo del amor participado de Dios y así aparece la estrella de la esperanza (…) en las pruebas verdaderamente graves, en las cuales tengo que tomar mi decisión definitiva de anteponer la verdad al bienestar, a la carrera, a la posesión, es necesaria la verdadera certeza, la gran esperanza de la que hemos hablado. Por eso necesitamos también testigos, mártires, que se han entregado totalmente, para que nos lo demuestren día tras día”. [39]

Dios sabe crear la justicia de un modo que nosotros no

“(…) Dios existe, y Dios sabe crear la justicia de un modo que nosotros no somos capaces de concebir y que, sin embargo, podemos intuir en la fe. (…) Existe la «revocación» del sufrimiento pasado, la reparación que restablece el derecho (…) La necesidad meramente individual de una satisfacción plena que se nos niega en esta vida, de la inmortalidad del amor que esperamos, es ciertamente un motivo importante para creer que el hombre esté hecho para la eternidad; pero sólo en relación con el reconocimiento de que la injusticia de la historia no puede ser la última palabra en absoluto, llega a ser plenamente convincente la necesidad del retorno de Cristo y de la vida nueva [43]

La mirada de Jesús, justa y misericordiosa a la vez

“Algunos teólogos recientes piensan que el fuego que arde [1 Cor. 3,12-15] y que, a la vez salva, es Cristo mismo, el Juez y Salvador. El encuentro con Él es el acto decisivo del Juicio. Ante su mirada, toda falsedad se deshace. Es el encuentro con Él lo que, quemándonos, nos transforma y nos libera para llegar a ser verdaderamente nosotros mismos. En ese momento, todo lo que se ha construido durante la vida puede manifestarse como paja seca, vacua fanfarronería, y derrumbarse. Pero en el dolor de este encuentro, en el cual lo impuro y malsano de nuestro ser se nos presenta con toda claridad, está la salvación. (…) Así se entiende también con toda claridad la compenetración entre justicia y gracia: nuestro modo de vivir no es irrelevante, pero nuestra inmundicia no nos ensucia eternamente, al menos si permanecemos orientados hacia Cristo, hacia la verdad y el amor. A fin de cuentas, esta suciedad ha sido ya quemada en la Pasión de Cristo (…) [47]

Nadie se salva solo

“Nadie vive solo. Ninguno peca solo. Nadie se salva solo. En mi vida entra continuamente la de los otros: en lo que pienso, digo, me ocupo o hago. Y viceversa, mi vida entra en la vida de los demás, tanto en el bien como en el mal. Así, mi intercesión en modo alguno es algo ajeno para el otro, algo externo, ni siquiera después de la muerte (…) Nuestra esperanza es siempre y esencialmente también esperanza para los otros; sólo así es realmente esperanza también para mí” [48]

*

“Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra,

enséñanos a creer, esperar y amar contigo.

Indícanos el camino hacia su reino.

Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino”. [50]

Sobre el autor

María Marta Preziosa

Dra. en Filosofía por la Universidad de Navarra. Master in Business Administration por IDEA. Investigadora, Facultad de Ciencias Económicas, UCA. Docente en diversas universidades de la región. Consultora. Temas que suele tratar: management, ética, compliance, cultura organizacional entre otros.

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