Valores

Quitarse el traje

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Escrito por Federico Meyer
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Mi nombre es Iñaki.  La historia que les voy a contar tiene que ver con una conversación que tuve años atrás con un amigo unos años mayor que yo. 

Julito tiene el pelo gris, los ojos grandes y celestes, la boca siempre abierta y dispuesta a regalarte una sonrisa al mínimo contacto, su risa es como si fuese una trampa para lauchas celosamente preparada, a veces pienso si también será un mecanismo de defensa.

Julito es activo, emprendedor, imprevisible. 

Siempre admiré su capacidad de hacer trabajos diferentes y desconocidos, le encanta bailar con la incertidumbre. 

Aquella vez me dijo: 

 – Voy a armar una empresa como contratista rural.

– Las palabras salen de su boca doblemente abierta, ya que me hablaba y se reía al mismo tiempo. 

Lo interrumpí para preguntarle qué es lo que hace un contratista rural, ¿cuáles son sus tareas?  ¿De qué se trata ese trabajo…? La verdad que yo no lo tenía muy en claro. 

Bien, te cuento, -me dijo. 

Cómo sabrás, en varias provincias de nuestro país hay campos con muy buenas tierras, excelente humedad, buen clima, en fin, con condiciones inmejorables para desarrollar la agricultura.

 El trabajo de contratista consiste justamente en la prestación de servicios para los productores agropecuarios.  Esos servicios pueden ser, trabajar la tierra, sembrar los cultivos, cosecharlos, fumigar, etc. La gran ventaja es que se optimiza el tiempo por que poseemos maquinas acordes a las exigencias de cada productor. La mayoría de los campesinos no tienen las maquinas o el tiempo necesario para sembrar o trillar la cosecha, entonces… ¿qué hacen?  Ahí es donde entro yo. Le pagan los servicios a un contratista para que realice los trabajos correspondientes. 

Mira vos, que bueno lo que me contás Julito – me imagino que debe ser una inversión grosa, porque todas esas máquinas salen una fortuna- le dije yo.

Si si, ¡me juego la vida con esto! -me respondió riéndose y palmeándome el hombro, como para darme a mí la tranquilidad que necesitaba él. 

Seguí la conversación, me quedé pensando un ratito y le pregunté: che…  pero a vos te gusta ese trabajo? Supongo que-

-Mirá, -me dice interrumpiéndome y apoyándome nuevamente la mano en el hombro, gesto inequívoco de que se venía un consejo groso:

Vos grabate esto Iñaki: “en la vida tenés que ponerte el traje constantemente, y no hay uuun traje, son varios trajes que te pones y sacas a cada rato”

Admito que me quedó esa frase dando vueltas en la cabeza por mucho tiempo, como consejo, la verdad que me llegó. Tenía lógica, en gran medida es muy cierto.

¿Cuántas veces nos ponemos un traje diferente?

Por ejemplo, desde el momento en que nos despertamos, que no tenemos ganas de levantarnos, de arrancar la mañana, que no queremos hablar con nadie, mucho menos ir a ese trabajo que odiamos, de escuchar las quejas de un cliente, de estar con una persona que no queremos. 

 Cuantas veces nos ponemos el traje de padre, hijo, hermano, novio, empleado, dueño, amigo…

Y así sucesivamente los días transcurren, nuestras tareas, obligaciones y relaciones varían, y nosotros seguimos sacando y poniéndonos trajes a medida cada rato, uno distinto para cada ocasión.

Lo volví a ver a mi amigo Julito, creo dos años después de aquel maravilloso consejo del traje.

 Me contó que su emprendimiento no había prosperado, que vendió todas las máquinas, que lo agarró una gran sequía y se terminó acobardando del campo. Es un laburo que tenés que dedicarle mucho tiempo, y te tiene que apasionar, sino te volvés loco, me confesó…

Seguimos hablando de otros temas, riéndonos de alguna anécdota pasada, el traje de contratista no le cabía más.

  Y vos, ¿qué trajes pensás dejar de usar?

Sobre el autor

Federico Meyer

Nació en Progreso, Santa Fe. Entusiasta, emprendedor, alegre. Apasionado por los caballos y las palabras. Amor, Fe, Profundidad, Cristo, Libertad, son algunos de sus temas favoritos.

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