Valores

Reflexiones sobre la sal en el trabajo

Escrito por Carlos Barrio
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Muchas veces la vida parece sosa, apagada, rancia, insípida y opaca. Nos sentimos sin energías, desarmados, sin perspectivas. Y pareciera que vamos vagando con un piloto automático sobre una cinta transportadora, que nos conduce a ningún lugar.

Los días parecen grises, lluviosos, húmedos y sin horizontes.

Y de pronto, como un huracán inesperado, llega a mi consciencia una frase de Jesús que me conmueve, al decirme “Ustedes son la sal de la tierra …” (Mt. 5, 13). 

Hoy en día sabemos que la sal no es muy buena para la salud, en especial para personas hipertensas como yo. Pero descubro que Jesús no quiso referirse tanto a este mineral, sino al sabor que llevamos a la vida y compartimos con los demás, lo perciban o ignoren. 

Me quedo meditando en la frase de Jesús y me surgen como un torbellino muchas preguntas:

¿Me siento sal de la tierra? ¿Llevo mi sabor a los demás? ¿Qué sabor tienen las personas que amo? ¿Le doy sabor a la vida? 

¿Qué sabor creo que llevo a mi ambiente de trabajo, a mi familia, a mis amigos? ¿Tengo consciencia de mi propio sabor y valor?

¿Qué sabor percibo en quienes me rodean? ¿Qué personas le dan sabor a mi ambiente de trabajo?  

Ese sabor ¿es auténticamente mío o muchas veces es un gusto estereotipado, clonado, de lo que se espera que sea, que se encuentra alejado de mi propia forma de ser? Probablemente en esos casos mi sal pierda su sabor y mis acciones sean insípidas y sin la fuerza de la autenticidad.

A la luz de la importancia que ha adquirido en estos días la Inteligencia Artificial en nuestros trabajos -a la que casi adoramos como la nueva sal de la tierra-, la frase de Jesús me alienta a tomar consciencia que mi propia sal no puede aportarla esta herramienta. Es más, si no aporto mi sabor no podré iluminar la Inteligencia Artificial, y el mundo continuará siendo insípido y continuaremos siendo conducidos por la nihilista cinta transportadora.

Descubro que Jesús cree en mí, encuentra en mi interior una sal capaz de darle sabor y transformar el mundo entero. Me valora y me coloca en un lugar privilegiado. Ve cosas en mí que yo no llego muchas veces a percibir.

Descubro que mi sabor tiene mucho que ver con el sabor que Jesús le da a mi vida y mi vinculación al torrente que emana de Él.

En un mundo hiper exigente, en el que nunca alcanza lo que hacemos para satisfacer los reclamos de la “matrix” laboral, me quedo sorprendido y en cierta forma descolocado, como si nunca hubiera tomado del todo consciencia de esta frase tan valorativa de cada uno de nosotros.  Él no pregunta qué hemos hecho, si hemos aprobado con 10 los exámenes, si estamos en el cuadro de honor, si somos millonarios o indigentes, si hemos desarrollado una empresa exitosa (unicornio) o hemos quebrado, si somos pecadores o santos, inteligentes o mediocres. Él nos ama desde antes de la creación, es decir antes de que Él comenzara a desarrollar su propia empresa. De esta forma tan única y exclusiva nos ama. Y esta actitud es la que me sorprende, en este mundo del trabajo que invade nuestros ámbitos más recónditos, que nos termina convirtiendo en mercancías con un valor en permanente oscilación, como si cotizáramos en una bolsa de mercado, y en la que un día nos sentimos reconocidos y valorados y por lo tanto alegres y al día siguiente desechables y tristes.

Él sabe que, aunque muchas veces no lleve mi sal a la vida, esa sal está dentro mío y es muy valiosa.

Le doy gracias a Dios por la sal que me dio y me quedo meditando en la energía que me dan los distintos sabores que descubro en la vida y en las personas que me rodean, que me llaman a llevar mi sabor al mundo.

Sobre el autor

Carlos Barrio

Abogado (UBA) con una extensa carrera en el sector legal de multinacionales. Coach Profesional (Certificación internacional en el Instituto de Estudios Integrales). Posee posgrados en Harvard y UBA.

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