Valores

Todos queremos ser Messi

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Puede sonar extraño escribir sobre Messi ahora que parece haber pasado tanto tiempo desde que ganamos el Campeonato Mundial de Futbol y que la Argentina está bajo el mínimo común denominador del desasosiego. Pero no es mi intención analizar la figura de Lionel, sino introducir una hipótesis incómoda sobre nuestra idiosincrasia: pareciera que admiramos más el talento que el oficio. Por talento entiendo algo más bien innato, un don con el que se viene al mundo; por oficio entiendo, en cambio, aquel conjunto de capacidades logradas -a partir de más o menos talento- con esfuerzo, impulso, gusto, obligación, motivación, repetición, ejercicio y tiempo que, de aprendiz, te convierten en experto. 

Como decía, no voy a juzgar ni el talento ni el oficio de Messi; solo utilizo su figura como ejemplo de alguien a quien se lo admira mucho, se lo respeta y se quiere imitar. Si hubiese titulado este texto tal como lo había pensado al comienzo –“En defensa del oficio”-  muy probablemente no lo hubiese atraído a Ud. hasta aquí.  

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Sos un genio, sos una genia, qué genial que estuviste. Yo también lo digo todo el tiempo. ¿Será un síntoma de nuestra idiosincrasia? No lo sé, pero casi no tengo dudas de que admiramos más el genio que el oficio. Respetamos más a quien logró encontrar el anillo de Shazzan el Mago https://fb.watch/nS9PQ4mlKv/ que a quien hizo esfuerzos para ser un especialista – en una profesión, un arte, una técnica, un área de conocimiento. ¿Y por qué señalo esto como un problema o una dificultad? Porque cuando se trata del ego, ponemos todas las opiniones en el mismo plano, la mía, la tuya y la del experto. 

Opinar es gratis y como decía mi madre, la libertad es libre; bienvenidas sean todas las opiniones. Pero el haber adquirido un oficio es, a mi entender, contar con una capacidad, habilidad, disposición o especial sensibilidad para las cuestiones que hacen a un expertise específico. Y eso, en principio, debería permitir diferenciar una opinión de otra. Tener oficio es, sobre todo, el resultado de la dedicación, el foco, la experiencia, las horas-silla o las horas-mano o las horas-calle.  

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Alejandra Bargo, mi teacher del taller de escritura, leía el borrador de esta nota y me recomendó una entrevista y una charla del escritor argentino Fabián Casas (1965). Y por esas cuestiones de la serendipity que funciona, y mucho, cuando uno piensa y escribe, constato que él coincide conmigo y yo con él, además de haber nacido el mismo año. Y también constato que mi ego me dice que tengo que decir que yo lo escribí primero, antes de leerlo a él.

En su conferencia, Fabián -sí, después de esta conexión telepática ya le digo Fabián-  nos cuenta de un alumno de su taller de escritura llamado “J” al que le pidió que no asista más. Parece que cuando “J” recibía feedback de sus compañeros de taller sobre su borrador, les decía siempre con el dedo en alto “Uds. no entienden”. Iba, pero sin disponibilidad para la escucha y con mucha resistencia a recibir la gracia y el lujo de que otros te lean y “conjeturen correcciones”.  Fabián le dijo algo así como “acá no se dicta el taller de elogios”. Me encantó.

Yo misma pasé por una especie de taller que picapedreó mi ego y consistió en que Joan Fontrodona dirigiera mi tesis doctoral y en que en cada devolución me escribiera en rojo, con letra grande y durante varios años “no se entiende”.  Tal como hace Fabián en su conferencia con todos los que, frustrándolo, pulieron su oficio, quiero agradecerle otra vez al Dr. Fontrodona.

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El talento nos iguala, el oficio nos distingue. Digo que el talento nos iguala porque nacimos o no nacimos con él, no depende de nosotros. Con su talento algunos hacen algo y otros, en cambio, lo dejan ahí -por diversos motivos e infinitas circunstancias de la vida misma. Ojo, que este texto no pretende ser culpógeno. Todos, en la mitad de la vida nos encontramos en algún momento torturándonos, incriminándonos, acusándonos de no haber dedicado más tiempo a ciertos intereses, aficiones, amores y personas. Yo no tengo una respuesta -ni dentro, ni fuera de este texto- que te vaya a exonerar de ese tipo de culpa obsesiva que ya te estoy imaginando, a vos querido lector, que se te está generando. Solo puedo decirte que estoy convencida de que en la vida todo no se puede, no dan los tiempos, las energías, los vínculos, ni los números. 

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Como les decía, hubo telepatía con Casas. Él dice algo que parece diferente a lo que yo escribí, pero no lo es: “Creo que todo el mundo puede escribir poesía, o ser un artista genial. Creo en la igualdad de las inteligencias, porque compruebo todo el tiempo que las personas tienen superpotencia, pero a veces la vida te hace que no puedas desarrollarte, y te abruma tanto que terminás perdiendo potencia, perdiendo alegría”.  Y lo que él dice sobre su oficio de escritor, me parece válido para cualquier profesión: no es ser una criatura elegida. Tampoco es una pose como andar con polera negra, torturado y fumando en pipa, sino que ser escritor es ser un soldador. Unir, pegar, construir sobre lo ya construido sin creer que tu estética es mejor que la de otros. 

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¿Y cuál es el punto de este escrito María Marta?  ¿Sabe qué, estimado lector? Estoy elaborando lo difícil que es hoy corregir a alguien. ¿Quién te crees que sos vos para corregir? ¿Messi? Es que pensé que eso hacían los profesores. El oficio no te hace infalible, nadie es infalible pero tampoco suple la libertad del otro en el horriblemente llamado “proceso de enseñanza-aprendizaje”. 

Para reformular el antipático verbo “corregir” elaboro una nueva formulación a partir de la imagen del profesor que propone Enrique Aguilar (2017) como compañero de viaje y de conversaciones -no como “emisor de una verdad”. En el viaje compartido, el profesor es quien explica el mapa, quizás no recorrió todo el terreno, pero sí bastante. Elige una dirección, pero muestra alternativas; propone apreciaciones y distinciones sobre el suelo, los paisajes, la flora y la fauna. Te enseña a usar los binoculares y la lupa. Identifica obstáculos y peligros, desmaleza el camino y te recomienda qué llevar en la mochila; cada tanto propone un descanso para mirar el arroyo. Anima, prepara el fuego y unos mates y algunos -los que quieren- escuchan y conversan a su alrededor.

Sobre el autor

María Marta Preziosa

Dra. en Filosofía por la Universidad de Navarra. Master in Business Administration por IDEA. Investigadora, Facultad de Ciencias Económicas, UCA. Docente en diversas universidades de la región. Consultora. Temas que suele tratar: management, ética, compliance, cultura organizacional entre otros.

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4 comentarios

  • Discutir la calidad de Messi como futbolista es perder el tiempo. Excelente jugador. Sin duda alguna.
    Lo que siempre me sorprendió es que lo tomen «como ejemplo de alguien a quien se lo admira mucho, se lo respeta y se quiere imitar». En mi humilde opinión, me resulta imposible esa opción porque Messi es alguien que ha cometido delitos financieros en su paso por Barcelona. Ha sido juzgado, imputado, condenado, tiene un prontuario que nunca podrá borrar u olvidar. No es un ejemplo como persona para nadie.

    • Gracias Roberto por leer y dejar tu comentario. Es verdad lo que señalas respecto del comportamiento del jugador en relación a su dinero.
      En este artículo, Messi es solo un recurso literario para referirme a las cuestiones del ego.

  • No coincido completamente María Marta: El talento NO nos iguala, es mas nos diferencia, es nuestro «don» personal que recibimos para poner al servicio de los demás … El oficio, por otra parte, podría ser que nos distinga, pero, por ser el resultado de la práctíca y de la reflexion sobre la práctica (conocimiento) y es la evidencia del empeño deliberado de la voluntad en el ejercicio de una tarea.

    • Gracias Ricardo por leer y comentar. Es verdad que todos recibimos distintos dones. Lo que quise decir es que somos iguales en cuanto a que no decidimos cuáles dones recibir. Nos tocaba en suerte o providencialmente. Luego sí decidimos qué hacer con los talentos. Gracias!!