Encuentro Anual ACDE 2023

Una reflexión sobre el Encuentro Anual ACDE 2023

Escrito por Daniel Díaz
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Hay dos cosas que me parecen muy buenas y que quiero rescatar al comenzar. La primera es este espacio de reflexión espiritual. No es un paréntesis. No es cortar el encuentro, hacer una reflexión y seguir después con el encuentro, sino que es tomar conciencia que el espacio del encuentro es un espacio espiritual, un espacio donde está presente el Espíritu de Dios, y que la vida de Uds., íntegra, y su vida en la empresa también es vida espiritual. Cuando vemos como vamos a pagar los aguinaldos, cuando miramos como haremos para cuidar la creación y no lastimarla, cuando nos preocupamos de ver que le pasa a alguien que integra esa comunidad que es nuestra organización, nuestra empresa, estamos haciendo algo espiritual, porque estamos dejando al Espíritu de Dios habitar en nuestro corazón. Ojalá que, en este momento, si algo Dios nos concede sea el darnos cuenta de que nuestra vida, también en la empresa y aquí, está llena de su Espíritu.

En segundo lugar, y ahora me refiero al video que acabamos de ver, ¡Qué bueno que nos duela nuestra Argentina! Qué bueno es. Me preocuparía que no fuera así. Porque justamente ahí es donde puede nacer un verdadero liderazgo cristiano, es ahí donde Uds. se pueden constituir en verdaderos líderes como Jesús espera, como la sociedad necesita en sus empresas y allí donde están. No sería digno de quien ha decidido seguir a Cristo y ayudar a otros a seguirlo, evitar el dolor necesario. Es una tentación el querer refugiarse en la negación de la realidad o huir de ella para esconderse en lugares más agradables, donde los motivos de nuestro padecimiento no nos sean tan visibles, tan incisivos. Y tenemos esos espacios: la familia, los amigos, nuestros placeres y gustos. Pero si nuestra vida queda reducida a ellos estaríamos falseando la realidad. Mucho menos cristiano aún sería reconocer lo que sucede a nuestro alrededor y ser indiferentes, acomodarnos, acostumbrarnos. Por esto, queremos responder a esta realidad. Y esto es muy bueno, porque no se trata sino de ser esa semilla, que se deja romper para poder crecer y llegar a dar mucho fruto.

También Jesús se conmovía y se lamentaba al ver que su pueblo no había aprovechado todo lo que Dios obró en ellos para que se arrepintieran, se convirtieran y lo siguieran como verdadero camino. Lo hacía al hablar de los pequeños de Galilea y también de la gran ciudad que era el centro religioso y político de ese momento.

“¡Ay de ti Corozaín!, Ay de ti Betsaida! Porque si los milagros que se hicieron entre ustedes se hubieran hecho en Tiro y Sidón, hace tiempo que se hubieran arrepentido…” (Lucas 10,13)

“¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no han querido” (Mt 23,37)

Estas afirmaciones no solo nos hablan de algo que sucedía en ese momento. El dolor de ese Jesús que caminaba en medio de la sociedad y veía sufrir a sus hermanos por culpa de su rechazo del plan divino, son una revelación, son el dolor de Dios. Dejan al descubierto los sentimientos profundos que llevaron a Dios eterno a intervenir personalmente en la historia de los hombres para cambiarla, para salvarla. Cristo vino al mundo y vivió movido por el dolor de ver a sus hermanos perder sus vidas, perder su felicidad eterna. Aún más, Cristo murió inmerso en un gran dolor, que iba mucho más allá de lo meramente físico, y que finalmente sería el misterioso camino hacia nuestra salvación. Allí, en el dolor de la cruz fuimos redimidos, perdonados y plenificados.

En la Sagrada Escritura, a diferencia de en la filosofía, nuestro Dios no se muestra distante o lejano. No es inmutable en ese sentido. Al contrario, “el Señor es compasivo y misericordioso”. Se conmueve hasta las entrañas al ver a quienes ha creado con infinito amor, apartarse de su proyecto y volver a fracasar una y otra vez. Este dolor brota de su Amor, pero no tiene la misma medida. Dios es Amor. El Amor es más grande, se sobrepone, lo supera y se hace entrega, servicio, se hace acción redentora. Para nosotros, que queremos ser cristianos allí en medio de la empresa, este es nuestro camino. Nosotros estamos llamados a ser imagen de este Cristo y encontrar en nuestro dolor y en nuestro amor, la fuerza del liderazgo que necesita nuestra sociedad.

Asombrosamente, para salvarnos Dios parece relegar su propia felicidad en beneficio de la felicidad de los hombres. En realidad, no es así. Hay que pensarlo de un modo más profundo. No son distintas la felicidad de Dios y la felicidad de los hombres. Para un Dios que ama infinitamente, que sus hijos sean felices es su propia felicidad. Como les pasa a Uds. con sus hijos, con sus nietos. A veces preferirían sufrir Uds. mismos a ver sufrir a sus hijos. Y es allí donde Dios elige el bien de sus hijos, aún teniendo que entregar a su Hijo Único y sufriendo en su infinito amor de Padre. Él no puede olvidar o amar menos a ningún hombre porque el Amor es su mismo Ser. Por esto elige el bien que beneficia a todos, porque el gozo por el bien de sus hijos es también el suyo. Cuando el Amor es capaz de superar el dolor, queda puesta en evidencia la supremacía que tiene el Bien Común sobre el bien particular. Hay un Bien Común en ese Dios que elige nuestro bien, porque en el fondo nuestro bien es Su Bien, plenitud y alegría. Y tal vez, esta sea una pista para que nosotros entendamos el Bien Común en nuestra acción cotidiana. Cuando elegimos el Bien Común no nos estamos olvidando de nosotros mismos, sino que nos hemos dado cuenta de que los bienes particulares si se desgajan del bien común terminan siendo falsos ídolos, espejismos o engaños que nos hacen perder la verdadera felicidad.

 Jesús es entonces nuestro líder. Es aquel que nos fue dado por el Padre para guiarnos. Y su vida, su acción, son nuestra guía. Él nos da su testimonio y se hace también modelo de liderazgo para nosotros en la vocación empresaria a la que nos llamó. La misión que nos encomendó es una extensión de su misión: la de servir al Bien Común. Les propongo contemplarlo en algunos aspectos de su liderazgo. Algo así como dejarlo darnos su propio testimonio. Y elijo, entre muchos, algunos que creo nos plantean un verdadero desafío al momento de querer imitarlo.

En primer lugar: Jesús no es tanto líder desde su omnipotencia como Hijo de Dios, desde su poder, desde su divinidad, sino desde la limitada condición humana que asumió en su encarnación. Los milagros que realiza no son sino signos que corroboran sus palabras y no ocupan el centro de su anuncio. Cuando la multitud, luego de la multiplicación de los panes, quiere hacerlo rey, Él se escapa. Calla por largo tiempo su condición de Mesías para que no se confunda su mensaje. Llegado el momento crucial de la Cruz, su divinidad quedará oculta por completo. Jesús nos enseña que la limitación no solo no es un impedimento, sino que es la opción elegida por Dios para alcanzar la meta.

La elección del Señor nos deja sin excusas. No podemos anteponer a la decisión de servir a los demás el tener un poder grande para hacerlo. La eficacia de mi acción no depende de mi poder, de mi capacidad, de mis bienes o saber hacer. Sólo depende de la entrega de mi vida a la tarea que el Señor completará en la medida que esté fuera de mi alcance y sea su voluntad. La obra es de Dios y nosotros somos meros instrumentos. Es en Su poder donde triunfa nuestra debilidad. Lo que nos hace responsables de la tarea no es el poder hacerla sino el estar allí donde hace falta y que hayamos dicho que íbamos a hacer todo lo que estuviera a nuestro alcance para poder seguirlo e imitarlo.

Este es un liderazgo que no se constituye desde la superioridad, donde tarde o temprano buscaríamos anular al que no nos sigue. Lo hace desde la fraternidad y la amistad, que rechaza la tentación de la autosuficiencia y reconoce lo diverso como riqueza, que valora a los otros y todo lo que tienen para aportar. Así los procesos de acuerdo no son vividos con frustrada resignación, sino con confianza y la firme decisión de perseverar hasta el fin para alcanzar los consensos que necesitamos. 

En segundo lugar, Jesús es líder desde una certeza, y esta certeza es la Voluntad del Padre. Si la humanidad nos deja en la debilidad, de esta certeza, brota nuestro poder. La fidelidad del Señor al núcleo del Evangelio y de la propuesta del Reino es absoluta. Sabe que su incondicionalidad hacia el proyecto del Padre es indispensable para el triunfo de su misión. Toda la debilidad en que parecía dejarlo la limitación tan humana encuentra su fortaleza en el Padre.

Por esto, no valen los atajos ni tampoco el acomodarse a lo más fácil. Dios es la roca firme sobre la que construimos. Y es allí donde encontramos la fuerza indispensable para la tarea. Los verdaderos valores no cambian y tenemos que tener un verdadero compromiso con ellos. El Bien Común es siempre el mismo y no se acomoda a los bienes particulares según las conveniencias. 

Hace falta claridad en los objetivos finales, certezas. Y aquí un punto importante: no se puede liderar para servir al Bien Común si no empezamos por buscar que ese Bien sea reconocido como tal por muchos. De otra forma, todo lo propuesto siempre será percibido por los demás como un bien particular de unos pocos. Recién cuando coincidamos en el objetivo final podremos sentarnos a hablar de los medios para alcanzarlo. 

En tercer lugar, Jesús incluye a todos. Se detiene en su camino ante un grito de ayuda, ante el dolor de una madre por su hijo fallecido, ante el pedido de un centurión por su servidor. Nadie es dejado de lado ni atrás, aunque esto implique sacrificio y esfuerzo, aunque signifique una mayor lentitud al grupo, aunque nos demande tiempo y diálogo. Los pobres, los más marginados, los despreciados, nos dan la medida de su amor y su servicio. Es para todos. Esto incluye también a los que tienen mucho (dinero, sabiduría, religiosidad). Nadie queda excluido de la invitación al Reino. Y con todos forma una comunidad.

Su inclusión es tan amplia que todo aquel que acepta la invitación, sin importar su previa condición, se transforma inmediatamente en servidor de los demás junto a Jesús.  En el grupo de los primeros discípulos de Jesús hay quienes fueron pescadores, cobradores de impuestos, revolucionarios, fariseos. Y ellos son enviados de dos en dos, como expresión de la comunidad, porque no se puede predicar el Evangelio de la Comunión, sino viviendo esa común unión entre los anunciadores.

En cuarto lugar, hay una gradualidad, un respeto y valoración del proceso: Dios se toma tiempo (y eso que es todopoderoso). Sabe que nada bueno sale del apuro y la ansiedad. Pasaron siglos antes que empezara a prepararse un Pueblo, y este debió pasar por muchas experiencias antes de recibir al Salvador. El Reino anunciado por Jesús empezó por la predicación a los judíos y recién después de su Resurrección los discípulos comenzaron a difundir el Evangelio por el mundo, llevándolo, poco a poco, a todas partes (y aún lo seguimos haciendo). Jesús da el paso posible, en el momento oportuno.

En quinto lugar, Jesús entusiasma. Anuncia un Reino de plenitud, una felicidad que nadie podrá quitarnos. Hay esperanza. La gente lo escucha con agrado y lo sigue con alegría porque siente que lo que les propone es lo que estaban buscando, anhelando con todo su ser. Las críticas son para quienes ya han hecho camino y creen haber conocido a Dios, pero están perdidos, que, sin reconocer su tristeza y frustración, la proyectan sobre los demás en exigencias vacías.

En conclusión y simplificando lo esencial:

Servir al Bien Común es un acto que nos demanda una profunda humildad, que solo podemos realizar apoyados completamente en Dios y dejándonos guiar por su voluntad, para el que necesitamos de los hermanos para hacer camino con alegría. 

Liderar para servir al Bien Común es para cada uno de nosotros y para ACDE estar dispuestos a dar un testimonio coherente, con toda nuestra vida, incluso cuando hacerlo nos duela.

Que el Espíritu de Dios se haga presente entre nosotros y nos acompañe en nuestro encuentro y en nuestra misión.

Sobre el autor

Daniel Díaz

Sacerdote de la diócesis de San Isidro. Asesor doctrinal de ACDE.

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