Editorial

Ven Espíritu Creador

Escrito por Daniel Díaz
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En estos días la Iglesia celebra Pentecostés, el cumplimiento de la promesa de Dios, el don del Espíritu Santo. En el siglo noveno, Rábano Maudo, un abad de Fulda, luego arzobispo de Maguncia, en Alemania, escribió un hermoso himno que conocemos hoy como “Veni Creator”, por las palabras en latín con las que da inicio esta oración. Su primera estrofa lo invoca diciendo: «Ven Espíritu Creador, visita nuestras mentes, llena de Gracia celestial los corazones que has creado.»

Llama la atención la caracterización del Espíritu Divino como Creador. En nuestra fe conocemos a Dios como Trinidad y entendemos su acción desde esa perspectiva que abarca siempre a las tres personas divinas, pero casi sin pensarlo solemos unir más directamente al Padre con el origen del cosmos y al Hijo que nos redimió como Aquel por quien todo fue hecho y olvidamos al Espíritu que desde el principio lo habita todo como soplo de Vida.

Decir que el Espíritu es Creador no describe solamente una acción puntual o algunos movimientos esporádicos sino su propio modo de ser. Siempre está creando, en todo momento está completando la creación, en todo instante está sosteniendo y dándoles mayor plenitud a las creaturas. Y todo lo hace como don, como regalo gratuito, pero al mismo tiempo, respetando la libertad humana, sin avasallarla, esperando nuestra respuesta abierta y confiada para poder darse.

El Espíritu crea desde la nada, crea de un modo en que nosotros no somos capaces de hacerlo. Es más, especialmente se revela creador cuando nosotros no hemos podido o sabido generar lo que hace falta, lo necesario, lo indispensable. Cuando se nos ha hecho evidente nuestra incapacidad y finalmente cedemos en nuestra soberbia, podemos renunciar al deseo de ser omnipotentes y abrirnos a la obra de Dios pidiendo su ayuda.

El Espíritu viene entonces a visitarnos, pero no como alguien ajeno o extraño sino como el dueño de casa que regresa al hogar. Porque Él habita en los santos y en cada gesto que es un paso en el camino de la santidad. Su visita nos demanda un abrirle la puerta que implica mucho más que el deseo de estar mejor. Se produce en la medida en que se da un verdadero compromiso y participación para hacer todo lo que esté a nuestro alcance. El Espíritu viene y su presencia trae paz, equilibrio, gozo, en la medida en que nosotros nos hacemos también protagonistas de su llegada, receptores activos de la gracia con la que quiere llenar nuestros corazones, su creación.

Habitados por un Espíritu que es siempre Creador, los cristianos estamos llamados a abrirnos a su acción y hacernos mediadores de su obra, cocreadores del Reino en todas las realidades en que estamos inmersos y a las que el Señor nos ha enviado. La misión nos demanda un equilibrio: estar abiertos a las inspiraciones divinas y al poder de Dios para realizarlas, sin dejar de implicar toda nuestra capacidad intelectual y nuestras fuerzas humanas en la tarea.

El actual contexto de nuestra sociedad en su conjunto, con todas las innumerables dificultades que marcan nuestra vida diaria y condicionan nuestras perspectivas futuras, es una descripción clara de las consecuencias de nuestros límites, incapacidades y faltas que surgen cuando no nos dejamos guiar por el Espíritu de Dios. Sin tomar conciencia de esto, que es tan obvio, pero también tan negado o escondido, será imposible cambiar el curso de una historia que transcurre acompañada por coros de acusaciones mutuas, donde nunca nadie se responsabiliza de los errores y en la que todos se postulan a sí mismos como los únicos salvadores.

La Argentina necesita ser creada, seguir siendo creada. No alcanzan la historia, los próceres ni las glorias pasadas. No bastan los santos que ya están en el Cielo. No nos salvarán del presente los éxitos sociales o económicos añorados. Ser Nación demanda una creación permanente, próceres de las gestas que hoy hacen falta, santos que emulen a quienes en su momento supieron estar a la altura de sus circunstancias. Necesita de planes y propuestas, de ejecuciones que las respeten, de revisiones y controles de lo realizado, de alianzas que las hagan posibles. Si surgen quienes lleven todo esto adelante, donde nosotros no podamos, el Espíritu de Dios vendrá a iluminar, guiar, fortalecer y llevar a su término la tarea creadora.

Nuestras empresas, los sindicatos, los movimientos sociales, todos necesitan ser creados y recreados cada día. Instalados en lo que nos asegura el lugar o sostiene en el poco o mucho poder ya obtenido, abroquelados en la seguridad de lo que antes nos sirvió, nos podemos terminar constituyendo en obstáculos para el crecimiento, en destructores del desarrollo, en enemigos del bien común. Tiempos nuevos demandan escucha, diálogos, acuerdos y un compromiso de todos con las metas comunes. 

El Espíritu de Dios es eterno y solo en Él y en lo que nos sopla al oído necesitamos permanecer. La justicia y la verdad, el respeto y la solidaridad, el compromiso y la colaboración pueden abrirnos a lo que Dios quiere crear entre nosotros. Y todo lo que Dios crea, siempre será bueno y muy bueno. Este nuevo Pentecostés nos llama a renovar nuestro impulso creador, generador de cosas nuevas, buenas, mejores. El Espíritu Santo sabrá dar frutos abundantes a nuestra entrega.

Sobre el autor

Daniel Díaz

Sacerdote de la diócesis de San Isidro. Asesor doctrinal de ACDE.

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