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La esperanza es una actitud o un estado de ánimo realista pero optimista, la creencia de que un cambio positivo es posible y la voluntad de establecer y trabajar para conseguir objetivos».

 Decepción, desazón, encono, impotencia. Cualquiera de estas palabras o todas ellas, pueden describir el ánimo que nos provoca la pobreza y estrechez de la discusión y el debate económico en nuestro país, frente a la dolorosa realidad signada por una indomable inflación, persistente falta de empleo y arraigados niveles de pobreza.  Una y otra vez se reiteran argumentos en torno a posiciones extremas, de llamativa y estéril superficialidad. No se percibe una genuina búsqueda de respuestas a las preguntas más relevantes.  El éxodo, la actividad subterránea o informal, y el asistencialismo han sido las vías de escape que ha encontrado una creciente parte de la población. En este contexto celebramos los 40 años del retorno a la democracia con muchas ilusiones rotas habiendo sufrido la peor performance económica de la región. El desafío es entonces restablecer un sendero económico que fortalezca los valores que forjaron nuestra nación, donde la libertad individual y la democracia republicana son los pilares fuera de discusión.

En las próximas líneas intento ofrecer una reflexión volviendo a los orígenes y las fuentes del pensamiento económico en busca de encontrar en ellos una luz que nos ilumine en esta imprescindible discusión, evitando caer en la ideología y el fanatismo, tan propios de los populismos de cualquier signo.

Vale recordar que el origen de lo que hoy denominamos pensamiento económico se remonta a tan sólo tres siglos. Se trata de un esfuerzo humano aún novel comparado con la antigüedad del pensamiento filosófico y cualquiera de las llamadas ciencias duras. Mientras la conquista de territorios y la esclavización de sus poblaciones resultaron las fuentes de la riqueza de los diferentes imperios que lucharon entre sí, no parecían necesarias las disquisiciones intelectuales sobre el valor del trabajo, el rol del capital, y el equilibrio macroeconómico. Estas preocupaciones nacen más bien en el origen precisamente del concepto de la libertad individual y la democracia como forma de gobierno en el siglo XVIII.

“El trabajo anual de cada nación es el fondo que en principio la provee de todas las cosas necesarias y convenientes para la vida y que anualmente consume el país” leemos en la obra de Adam Smith, La Riqueza de las Naciones. Sería de alguna manera el origen de una larga discusión sobre el valor del trabajo humano, que autores como Ricardo, Marshall, Marx alimentarían con profundas diferencias.

Excede las posibilidades de estas líneas realizar una apropiada síntesis de todos ellos, pero si resaltar como la comprensión del rol del trabajo, la especialización y la consecuente división del trabajo como fuente de la gran expansión del comercio internacional y el consecuente crecimiento producido en los siglos subsiguientes, marcados por el fin de la esclavitud y un proceso de acumulación de capital sin precedentes.

“La ocupación solo puede aumentar pari passu con la inversión” escribió John Maynard Keynes en su Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero. Sabemos que el autor escribió su obra en el contexto de la gran crisis de 1930 que derribó las ilusiones de un crecimiento estable y permanente. Pero el vínculo entre empleo e inversión, ciclo económico y equilibrio macroeconómico constituyen quizás su más valorada herencia intelectual.

Este limitado y somero repaso por el pensamiento económico puede resultar ilustrativo para analizar la realidad contemporánea. No son muchos los países que han logrado alcanzar un nivel de desarrollo económico, y nuestra región no ha sido precisamente la que ha sobresalido. Entre los que, si lo han alcanzado, parece haber una columna vertebral sólida común, aún con las enormes diferencias sociales y culturales entre ellos: ocupación plena o muy elevada; empresas competitivas con elevadas tasas de inversión; estados eficientes que no castigan a la sociedad con elevados impuestos, ni elevados niveles de deuda pública ni emisión monetaria.

Trabajo, inversión, estado eficiente, integración comercial al mundo. ¿Por qué no hemos logrado en nuestro país alcanzarlo, si aún hay países de la región que han logrado al menos encaminarse en esa dirección? ¿Cuáles son las barreras y obstáculos que enfrentamos?

No se trata de autoflagelarnos por los decepcionantes resultados obtenidos ni fugarnos hacia adelante detrás de soluciones mágicas fantasiosas, sino de alimentar la esperanza trabajando por ella poniendo en práctica el postulado con que encabezamos esta nota, que aspira no tanto a dar una respuesta sino a promover una sana y necesaria discusión.

Los ciudadanos de a pie podemos estar sumergidos en una sensación de orfandad ante una dirigencia que sólo parece atenta a conseguir el poder y usufructuarlo en su propio beneficio. No se trata de ser sus cómplices, tampoco sus indolentes víctimas. Si es cierto que el pensamiento precede a la acción, nuestro desafío es pensar respuestas a las preguntas relevantes y alimentarnos para ello de las verdaderas fuentes del conocimiento y aprender de los casos exitosos.

Es tiempo de ser audaces y afrontar con realismo la desafiante situación. Por ello me parece oportuno permitirme finalizar estas líneas citando a Enrique E. Shaw, reconocido testimonio de empresario cristiano, en busca de guía y valor:

María es modelo de audacia (para enfrentar grandes cosas). Hace falta gente que se anime a hacer grandes cosas sin perder humildad”.

Sobre el autor

Javier García Labougle

Economista (UCA), asesor financiero y Director de la Revista Empresa.

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9 comentarios

  • Reflexión realista sobre nuestra situación social y económica. Adhiero a la propuesta de actuar con audacia, confianza y humildad siguiendo el ejemplo de María. Tenemos por delante tiempos arduos como lo anuncian la falsedad y la virulencia de las campañas políticas con las que – con nuestro dinero – los políticos quisieron conquistar nuestros votos. Si no actuamos como ciudadanos, defendiendo con celo nuestros derechos y nuestras instituciones y, a la vez, con paciencia y cariño en el trato a conciudadanos que «piensan» diferente, muy posiblemente perdamos también la oportunidad que se nos presenta hoy. 70 años de errores no se desandan con voluntarismo y menos con violencia.

  • Excelente y profundo análisis. Una observación menor, prefiero referir a República en lugar de Democracia. La primera es una forma de Estado, la segunda una forma de gobierno del Estado