¡Cuán humilde eras, dando la mano a cada uno,
abriendo tus puertas a todos, haciendo igual acogida a todos,
quisiesen o no, y tratando así de comprar el poder.!
“Ifigenia en Áulide”, Eurípides
El Papa Benedicto XVI el 10 de febrero de 2013 nos sorprendió con el anuncio de su renuncia al gobierno de la Iglesia Católica.
Dos motivos destacan en su carta, que él define como indispensables, inherentes a las capacidades humanas: “he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino” y “…en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, …”(1).
Pero también se extiende cómo seguirán sus días: “Por lo que a mí respecta, también en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria”. Decidido a dar lugar a quién continúe como Obispo de Roma y sin estorbar en el gobierno y en la vida común.
La Iglesia Católica a lo largo de la historia ha hablado y orientado a la humanidad a través de la “palabra” y de los “gestos”. Para quienes son creyentes, más allá, de la religión que profesen, son conscientes de la mirada de Dios en los actos humanos y en el destino de la humanidad.
No podemos desconocer que en este siglo XXI quienes ejercen los gobiernos de las Naciones tienden a eternizarse. Ya ha dejado de ser una cuestión que sucedía en países no desarrollados, hoy también la eternidad en el poder es buscada por quienes gobiernan las Naciones más desarrolladas.
Por ello veo en el gesto de Benedicto XVI un acto sorprendente que ha sido dado a pesar de él mismo. Una acción que convoca a un cambio en la responsabilidad de gobernar. De la misma forma que Jesús sella su mensaje a la humanidad con su propio sacrificio, Benedicto XVI lo hace también con su propio sacrificio.
Me ha llevado mucho tiempo comprender la dimensión de este acto y que es un llamado a la humanidad. No fue hasta que percibí que nos encontramos en un nuevo proceso de transformación, como el dado por el Cristianismo en los tiempos del Imperio Romano. Pero todo cambio de esta magnitud debe contar con el impulso de una visión renovada de la humanidad. Entonces me pregunté quién sería capaz de guiarnos en esta transformación.
Las señales de este cambio las encuentro en nuestra permanente rebeldía y enojo con quienes nos gobiernan, llegando a hacer imposible cualquier gestión. Pero mucho más firmemente, en la mayor consciencia que tenemos por el dolor humano, por el sufrimiento del otro. También nos importa lo que sucede en lugares distantes, en culturas que nos son desconocidas. La pobreza extrema, la esclavitud y los desplazados resuenan en nuestro corazón, cerebro y espíritu.
Algunos me dicen que es un efecto de la expansión de las comunicaciones y el salto tecnológico de los últimos 100 años. Pero, reconociendo que este desarrollo ha facilitado que el “aleteo de una mariposa en Pekín, pueda ser oído en New York” debemos reconocer que es necesario fundamentalmente contar con la disposición y capacidad para sentir y aceptar el sufrimiento del otro como propio.
Aunque aún no sabemos cómo superar y resolver estas tragedias. En esta búsqueda las sociedades más afortunadas confrontamos proponiendo soluciones y cambios sin encontrar un acuerdo y un camino común para la humanidad, porque nos sumergimos en debates despiadados que abren grietas entre nosotros(2).
La lucha por el poder crea desigualdades insuperables. La permanencia y eternización en el poder envejece y debilita humana y espiritualmente a la persona. Benedicto XVI, a través de su palabra y su gesto, ha visto en sí mismo esta debilidad y en su sacrificio encontró el camino a seguir.
No hay duda de que la humanidad alcanzará la transformación que está buscando, que finalmente nos orientaremos y daremos ese gran salto evolutivo. Así, lo hicimos en otras oportunidades a lo largo de la existencia humana.
Aunque, este mensaje, que ha comenzado con Benedicto XVI, será propagado a las naciones si quienes lo suceden lo hacen suyo, para que la humanidad comience a comprender la importancia del indispensable desapego al ejercicio del poder. Finalmente, así encontraremos que los bienes que requerimos para satisfacer las necesidades humanas llegarán a todos y sobrarán(3).
¡Dios nos conceda la capacidad de escucharnos, de construir y prosperar juntos! (4)
Si no canto lo que siento
Me voy a morir por dentro
He de gritarle a los vientos hasta reventar
Aunque solo quede tiempo en mi lugar.
“Barro tal vez”
Luis Alberto Spinetta
Referencias
- Carta comunicando su renuncia al Papado (Link)
- Genesis 4,1-16 Caín y Abel
- San Marcos 6,34-44 La multiplicación de los panes.
- Genesis 11, 6 La torre de Babel