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Estamos en la Posmodernidad

Escrito por Dulce Santiago
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La presente realidad socio política argentina es la que motiva esta reflexión de tiempos de cambio y de incertidumbre, particularmente referida a las nuevas generaciones y su perspectiva de vida en una nación donde no se ve un horizonte que permita pensar un futuro con algunas expectativas y seguridades de bienestar.

Decía Keneth Galbraith en 1984 en el prólogo de su conocida obra La era de la Incertidumbre: “La Era de la Incertidumbre. Sonaba bien; no limitaba el pensamiento, y sugería el tema fundamental: mostraríamos el contraste entre las grandes certidumbres del pensamiento económico del siglo pasado y la gran incertidumbre con que se abordan los problemas en nuestro tiempo. En el siglo pasado, los capitalistas estaban seguros del éxito del capitalismo; los socialistas, del socialismo; los imperialistas, del colonialismo, y las clases gobernantes sabían que estaban hechas para gobernar. Poca de esta incertidumbre subsiste en la actualidad. Y extraño sería que subsistiese, dada la abrumadora complejidad de los problemas con que se enfrenta la Humanidad.”

En un mundo donde los cambios culturales han originado ciertas “polarizaciones” en la sociedad globalizada del siglo XXI, produciendo así grietas ideológicas que dejan un centro despoblado entre posturas extremas fomentadas por las redes sociales y con una significación política. La consideración de que la otra postura está equivocada y es tóxica para el país o la sociedad y conduce a su ruina impide pensar en posturas equilibradas que toleran las diferencias. 

El malestar se expresaba con un “que explote todo” sin importar que el cambio sea descendente o ascendente. “Cambiar por cambiar” porque hay cansancio y desencanto. Si miramos más profundamente parecen resonar las palabras del padre de la Posmodernidad: 

“La última cosa que yo pretendería sería “mejorar” a la humanidad. Yo no establezco ídolos nuevos, los viejos van a aprender lo que significa tener los pies de barro. Derribar ídolos (ídolos es mi palabra para decir ideales), eso sí forma ya parte de mi oficio. A la realidad se la ha despojado de su valor, de su sentido, de su veracidad en la medida en que se ha fingido mentirosamente un mundo ideal … hasta ahora la mentira del ideal ha sido la maldición contra la realidad. La humanidad misma ha sido engañada y falseada por tal mentira hasta en sus instintos más básicos, hasta llegar a adorar los valores opuestos a los únicos que habrían garantizado su florecimiento.” Federico Nietzche. Ecce Homo

Como decía Francisco Leocata, uno de los más lúcidos pensadores de la segunda mitad del siglo XX en la Argentina, “debemos aclarar ante todo que las ideas filosóficas, aunque influyentes en cualquier cambio cultural, no explican todo el devenir de la cultura ni la totalidad de las crisis actuales.”  Sin embargo, la filosofía puede contribuir significativamente para comprender el mundo actual.

Nuestra época está en consonancia con lo que se considera “Posmodernidad” y expresa el desencanto de una modernidad que condujo a Occidente a una situación de deshumanización. Pero, en nuestro caso, en las sociedades latinoamericanas, y particularmente en la nuestra, no hubo tal modernidad. Sin embargo, se nos impone un modelo cultural de valores que no emergen de una realidad que ha atravesado guerras, genocidios, persecuciones, etc., atribuidas a tal modernidad, aunque nos sentimos parte de ella.

En esta etapa pospandemia, hemos constatado un regreso todavía más acentuado en lo que estimábamos como los defectos de la vida presente, tales como la aceleración, la hiperactividad, los horarios sin límites de todas las actividades laborales y recreativas y, especialmente, la consideración de que el único tiempo real que vale la pena es el presente inmediato: el “ahora” y el aprovechamiento al máximo de la oportunidad de aprovecharlo al máximo para disfrutarlo y sentirnos bien como imperativo fundamental de nuestra vida.

Esta tendencia exacerbada a la exterioridad, a los deseos de salir, viajar, festejar y consumir está manifestando el regreso no hacia una vida sencilla, ascética de valores tradicionalmente considerados como “clásicos”, sino hacia una consumación del paradigma “posmoderno”: El sentir, el disfrutar y el vivir en sentido biológico se imponen de El siglo XX ha sido “problemático y febril”, según el autor del tango Cambalache. El siglo XXI parece anunciar una nueva etapa posmoderna y nihilista, que se manifiesta de manera constante en las preferencias de nuestros actos individuales y colectivos, no sólo de los jóvenes sino en todas las etapas de la vida. Prevalece así un modelo hedonista sobre el cristiano.

Decía Ulrick Beck a fines del siglo XX: “a la juventud la conmueve aquello que la política, en gran parte, excluye: ¿Cómo frenar la destrucción global del medio ambiente? ¿Cómo puede ser conjurada, superada la desocupación? la muerte de toda esperanza, que amenaza, precisamente, ¿a los hijos del bienestar? ¿Cómo vivir y amar con el peligro del sida? Cuestiones todas que caen por los retículos de las grandes organizaciones políticas… Los jóvenes practican una denegación de la política altamente política.  

Situándonos, la mexicana Rossana Reguillo ha observado lo siguiente: 

“En América Latina, los testimonios cotidianos que evidencian su irrenunciable búsqueda de una sociedad más inclusiva y democrática se estrellan contra el creciente deterioro económico, la incertidumbre y la fuga del futuro. El debilitamiento de los mecanismos de integración tradicional (la escuela y el trabajo, centralmente) aunado a la crisis estructural y al descrédito de las instituciones políticas, genera una problemática compleja en la que parecen ganar terreno la conformidad y la desesperanza, ante un destino social que se percibe como inevitable. “ 

Sin embargo, hay que preguntarse por qué un pensamiento tan deconstructivo como el posmoderno, que pretende pensar sin fundamentos tiene tanta aceptación. Y la respuesta está en sus propuestas positivas:

El resurgimiento de lo “vital”, frente a la racionalidad instrumental que sustentaba la idea de progreso que condujo a Europa a su autodestrucción. La vida es ahora superior a la razón y se impone con toda su fuerza biológica. El cuerpo es ahora el gran protagonista de la vida.

El valor de la “tierra” en su dimensión fundante de todo lo viviente y de las tradiciones más ancestrales anteriores a la modernidad.

La integración de los opuestos que conviven armónicamente en una realidad que puede ser hasta fantástica. Por ej. el realismo mágico de la literatura latinoamericana que fue boom en la segunda mitad del siglo XX en Europa.

El resurgimiento de los mitos, leyendas, relatos, héroes, que representan la dimensión imaginativa que ahora es exaltada en lo humano. Particularmente Latinoamérica, que no atravesó la modernidad del mismo modo que Europa, encontró en la Posmodernidad su poder integrador con sus raíces ancestrales pre americanas.

Si consideramos que estamos en una encrucijada o en un laberinto sin encontrar una salida, como decía Marechal, la única posibilidad es salir “por arriba”, por la Trascendencia para no quedar atrapados sin salida.

Sobre el autor

Dulce Santiago

Doctora en Filosofía. Profesora Universitaria (UCA -UNSTA). Investigadora en temas culturales argentinos y latinoamericanos (UNS).

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