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La ‘velocidad de escape’ de la Inteligencia Artificial y el futuro del trabajo

Escrito por Juan Ángel Soto
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Hace ya una década que la inteligencia artificial (IA) es uno de los hot topics de nuestro tiempo. Si bien eclosionó en el ámbito universitario, el debate en torno a la importancia y desafíos que plantea la IA ha traspasado ampliamente los confines del campus y está plenamente integrado en el mundo de la empresa y, por supuesto, en el sector público. ¿El motivo? Es el corazón palpitante de la quinta revolución industrial y va a suponer no uno, sino múltiples cambios de paradigmas; en el propio desarrollo tecnológico, en el sector de la seguridad y la defensa, en el de creación de contenido, etc. Y, por supuesto, va a suponer enormes retos y dilemas que con- viene resolver cuanto antes pues no hacerlo traería consigo consecuencias devastadoras.

Las encrucijadas técnicas —como también morales— que presenta la IA exceden de los umbrales de este breve artículo que, por el contrario, busca tratar la cuestión de las implicaciones económicas y sociales que este nuevo desarrollo tecnológico puede producir. Pues bien, hay dos que destacan especialmente por la gravedad que  El ganador se lo lleva todo. Es decir, el primer equipo, empresa, etc. que invente una ‘IA fuerte’ rápidamente hará que todos los competidores sean irrelevantes revisten. La primera es el carácter de juego en el que el ganador se lo lleva todo (winner-takes-all) en el que parece consistir el desarrollo de una ‘IA fuerte’ —en contraposición a ‘IA débil’ o ‘estrecha’ como, por ejemplo, es el caso de los asistentes virtuales como Alexa o Siri, que no dejan de ser acumuladores y procesadores de enormes cantidades de información—. Así, en la batalla por la supremacía de la inteligencia artificial, el ganador se lo lleva todo. Dicho de otra manera, el primer equipo, empresa, etc. que invente una ‘IA fuerte’ rápida- mente hará que todos los demás competidores sean irrelevantes. De hecho, algunos expertos han teorizado que la primera IA fuer- te también será el último invento humano, debido a la capacidad de esta para mejorar rápidamente. En adelante, será la propia IA la que impulse el desarrollo tecnológico, no nosotros.

En este juego en el que el ganador se lo lleva todo, unas pocas empresas dominantes, como OpenAI, Google y Microsoft, tienen cuotas muy significativas del mercado y los recursos, mientras que los jugadores más pequeños luchan por competir e incluso, en un estadio previo, por entrar en el mercado. Un mercado que presenta unas barreras de entrada muy difíciles de superar, como es la gran cantidad de datos y la potencia informática necesaria para entrenar grandes modelos de IA, así como la necesidad de contar con un gran equipo técnico de investigadores e ingenieros.

Frente a esta visión se encuentran aquellos que señalan que esta concentración de mercado no es sino un estadio embrionario del desarrollo de la IA, pero que, sin embargo, este está evolucionando hacia una fase de democratización tanto a nivel empresarial —con el ingreso de nuevas empresas al mercado que impulsan la innovación y la competencia— como a nivel de usuario —mejorando en accesibilidad y aplicabilidad por parte de las personas corrientes en nuestras tareas personales o profesionales diarias—.

Sin embargo, el escenario ‘democrático’ de la IA parece poco probable, habida cuenta de que el incentivo para llevarlo a cabo es entre reducido y nulo. A nivel de usuario puede que se avance algo en este sentido, aunque sea con el objetivo de ampliar la base de clientes que empleen esta nueva tecnología. Por su parte, desde el punto de vista de los productores o desarrolladores de IA la tendencia será probablemente la contraria. Y esto pone de manifiesto la segunda cuestión, que a mi juicio es capital, que no es otra que la ‘velocidad de escape’ que la IA facilitará a algunas empresas y particulares.

En el ámbito de la mecánica celestial, la velocidad de escape se define como aquella que permite a un cuerpo ligero salir del campo gravitatorio de otro masivo. De ahí

que haya tomado prestado dicho concepto para hacer referencia a la inmensa ventaja competitiva que la IA otorgará a quienes la incluyan en su cadena de valor, propulsándolos lejos del resto de empresas del sector. De forma similar, los pioneros de este nuevo desarrollo tecnológico tendrán acceso a una información y capacidad de maniobra sin precedentes, superando ampliamente cualquier atisbo de competencia.

La primera consecuencia de esta velocidad de escape será el aumento de la desigualdad, dentro de los países desarrollados, y entre estos y el resto. Esto último es un fenómeno relativamente habitual atendiendo a la evolución tecnológica a lo largo de la historia. La nueva tecnología siempre corre el riesgo de ampliar la brecha entre los países ricos y los pobres al trasladar más inversiones a las economías avanzadas donde la automatización ya está establecida. Esto tiene consecuencias negativas para los empleos en los países menos desarrollados al amenazar con reemplazar en lugar de complementar su creciente fuerza laboral, que tradicionalmente ha brindado una ventaja a las economías menos desarrolladas pese a su escasa productividad.

Sin embargo, mientras que estas desventajas emergen en el corto plazo, en el medio y largo plazo el desarrollo tecnológico casi nunca supone un juego de suma cero donde la ganancia de uno es la pérdida de los demás, sino que todos se elevan y mejoran su posición inicial mediante el empleo de los nuevos avances. Todo ello, por supuesto, suponiendo que la brecha que presenta sea posible de cruzar. El problema con la IA es que es tal el salto exponencial que provoca que puede ocasionar una velocidad de escape que, por definición, es insalvable.

Esta velocidad de escape, de materializarse, tendrá enormes con- secuencias económicas, sociales y políticas, pues serán múltiples las líneas de falla que se abrirán a nuestro alrededor. A nivel político, las implicaciones de la IA para el propio sistema democrático son fáciles de prever. Bajo un modelo político en el que los ciudadanos tomamos nuestras decisiones de voto —igual que de mercado— en función de la información disponible, quien genere, controle y transmita esa información previsiblemente podrá conducir los resultados en un sentido u otro, poniendo en tela de juicio la legitimidad del sistema.

En el plano económico y político, el ascenso meteórico de una élite —no sólo tecnológica, sino también política— al calor de esta nueva tecnología es irremediable. No cabe duda de que la libertad es un objetivo superior al de la igualdad, que a menudo se consigue mediante políticas moralmente reprochables y, además, suele tener como resultado una igualdad ‘a la baja’. Sin embargo, en términos estrictamente económicos, cuando las desigualdades son desorbitadas aumentan las probabilidades de conflicto social. En el ámbito de la política, el omnímodo poder de los estados —patente para todos tras su draconiana reacción a la pandemia de coronavirus— se verá reforzado a través de la aparición de nuevas herramientas de seguimiento, vigilancia y coerción social derivadas de esta nueva tecnología. Todas ellas ingredientes para una peligrosa receta de estallido social o rampante autoritarismo.

A nivel laboral, la IA ahondará en la pregunta del futuro que le depara al trabajo, entendido como medio de subsistencia, pero también como propósito o vía de realización personal. También aquí surgirán líneas de falla. Por ejemplo, entre quienes estén detrás de la IA como pioneros en esta nueva frontera y los usuarios, o entre estos últimos y quienes no lo sean —por falta de capacidad o de voluntad—, y que difícilmente podrán ser competitivos sin esta herramienta, lo que a su vez hará más profunda la brecha generacional ya creada con el desarrollo digital.

La revolución industrial en ciernes no supone el paso de armas de piedra a otras de bronce, ni la del manuscrito a la imprenta, ni la de la máquina de escribir al ordenador. Ni siquiera se acerca al cataclismo que supuso la aparición de inter- net. La IA implica la superación de una forma de entender el trabajo y con ella también profundos cambios en la propia concepción del ser humano. La cuestión del futuro del trabajo, planteada ya por los rápidos procesos de automatización y digitalización, quedará ahora expuesta del todo, pues la IA dejará previsiblemente a cientos —si no miles— de millones de personas en todo el mundo sin capacidad de aportar valor al sistema capitalista bajo sus propios estándares, abriendo así dos deba- tes fundamentalmente. El primero, sobre la necesidad del trabajo se abren así dos debates fundamental- mente. El primero, sobre la necesidad del trabajo.

El segundo, sobre la concepción de valor que tiene el mercado y la sociedad –cuestión que lleva a debates en torno a la renta universal, etc.–. Y el segundo, sobre la concepción de valor que tiene el mercado y la sociedad. Este último aspecto, por cierto, es un clásico de las revolu- ciones tecnológico-industriales, pues generan tal disrupción que a su alrededor afloran respuestas de corte filosófico e ideológico que aspiran a dar respuesta a los desafíos que surgen. A toda revolución tecnológica le acompaña otra de índole ideológico, como sucedió con la Revolución Industrial y el advenimiento del marxismo al calor de la aparición de la clase obrera. La cuestión aquí no es si esto sucederá o no, sino cuál será la nueva doctrina y cuáles serán sus dogmas.

Por supuesto, puede que la ‘velocidad de escape’ no sea sino otra predicción errónea, algo por otra parte de plena actualidad en el campo de la IA, como acaba de suceder con ChatGPT. Los propios impulsores de la herramienta que ha causado una verdadera revolución en los últimos meses predije- ron que la IA competiría con profesiones y tareas más mecánicas, automatizadas, etc. Sin embargo, ha sucedido todo lo contrario. Periódicos y empresas de creación de contenidos ya han anunciado despidos masivos a la vista de que estos trabajos a priori más creativos son los más fácilmente reemplazables. Esta es una de tantas predicciones erróneas en esta materia, y la de hoy también podría serlo. El tiempo lo dirá. Por eso, más que una predicción, el objetivo de estas líneas es mucho más humilde, pues no es otro que poner sobre la mesa —o sobre el papel, en este caso— una cuestión que debe ser debatida con el fin de asegurar un desarrollo tecno- lógico que, siendo una verdadera revolución, ocasione los mínimos daños colaterales y conduzca verdaderamente al florecimiento de nuestra civilización, que no a su reemplazo.

De la publicación Tendencias, del Instituto Empresa y Humanismo, (Univ. de Navarra, España).

Sobre el autor

Juan Ángel Soto

Graduado en Administración y Dirección de Empresas y en Derecho (Universidad de Navarra) y en Ciencia Política y de la Administración (UNED). Tiene un máster en Teoría Política y Legal por la University College London (UCL). Director del área internacional de la Fundación Disenso.

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