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La enseñanza del Nacimiento

Escrito por Daniel Díaz
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Queridos amigos de ACDE,

Hace muchos, muchos años, en algún lugar que ya no recuerdo, escuché una historia que me quedó muy grabada y me marcó en mi propio deseo de dar siempre un ejemplo  coherente con mi fe para que mi vida fuese cada vez más una verdadera invitación de Dios para quienes me rodean. Aún sigo en esa búsqueda que seguramente me llevará toda la vida y aún esta anécdota me sigue impulsando. No sé si será cierta o si el boca a boca la fue magnificando o idealizando, pero a mí me ayudó y quiero compartirla con Uds.

La historia decía que en una gran empresa que vivía tiempos difíciles hubo una renovación en el puesto ejecutivo más alto. Al asumirlo la persona seleccionada para el desafío hizo algo que impulsaría un cambio muy fuerte. Fue una decisión relativamente simple y aparentemente no esencial: el auto que la empresa pondría a su disposición iba a ser uno de marca nacional. Muy lindo, con muchas comodidades… pero nacional. Muchos que estaban subordinados a él tenían hasta allí autos más costosos, importados, con mayores lujos. Su opción puso una nueva medida patrón e instaló un cambio de prioridades. La decisión impactó de tal modo que con el tiempo fue cambiando los criterios que se aplicaban en toda la empresa, en sus gastos y compras y hasta en su misma cultura.

Nosotros tenemos un CEO universal y eterno que tomó una decisión muchísimo más sorprendente. Siendo Dios se hizo hombre y nació en un pesebre de un pueblito perdido de medio oriente. Ante ese amor infinito, a nosotros que vivimos en el mundo de lo limitado, esta opción de despojo tan radical casi que nos parece exagerada. Pero esto solo sucede hasta que tomamos conciencia que sin ella no habría para nosotros ni perdón, ni redención, ni esperanza de plenitud. La decisión de Dios de hacerse hombre y unirse a nuestra suerte fue el camino para que podamos unirnos a la suya y por ella nos es regalada la salvación. Su abajamiento nos es imprescindible.

Cada año, al detenernos frente al pesebre, estamos llamados a reconocer el ejemplo que el Padre Dios nos regala en la encarnación de nuestro hermano mayor Jesucristo. San Pablo nos lo dice claramente en su carta a los filipenses: “Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres.” (Fil 2,6-7). Creados a imagen divina y llamados a ser sus hijos adoptivos, ¿cómo podríamos ser cristianos sin hacer de nuestra vida una entrega y un servicio por los otros? Y sin embargo me pregunto cuántas cosas serán las que guardamos celosamente por no perder nada, sin animarnos a darnos y servir a los demás.

A veces pienso que el demonio ha sido muy hábil para lograr distraer nuestra mirada de este misterio tan maravilloso de una Navidad que nos habla y quiere que descubramos su Buena Noticia. Puede ser colorido y llamativo tanto adorno navideño pero nos hace correr el riesgo de olvidarnos de la austeridad del pesebre, de la indefensión de María y José, de la simpleza rústica del establo y los pastores. Dios no necesita llamar la atención para vender la Navidad. No se reveló en un señor gordo y barbado, con campanita, demasiado abrigado para el verano en su traje de gaseosa. Lo hizo en un niño recién nacido, envuelto en pañales y recostado en un pesebre.

El ejemplo de Dios nos impulsa a ser ejemplo para los demás. El Niño Dios, humilde y pobre en su pesebre, nos cuestiona en nuestras soberbias, indiferencias y riquezas. ¿Si Dios fue capaz de hacerse hombre como podríamos considerarnos por encima de los demás? Tenemos que revisar si tratamos a los otros como iguales en dignidad, fraternalmente, tratando de ser cercanos. ¿Si el Señor viendo nuestra condición desvalida supo abajarse para caminar a nuestro lado cómo podemos ignorar las situaciones de dolor que nos rodean y apartarnos de sus caminos? Nos es preciso involucrarnos de verdad, dejando la mera pena por el otro, para ser hacedores de soluciones junto a ellos. ¿Si el que todo creo se conformó con ser envuelto en pañales como podemos quedar esclavizados por nuestras propias posesiones? Necesitamos que la generosidad y solidaridad renazcan de lo profundo del corazón para que nuestra mayor riqueza sea haber participado en construir el bienestar de todos los que nos rodean.

Pido al Niño de Belén que conmueva nuestras entrañas con su ejemplo. Que en el Silencio de la Nochebuena podamos hacer verdadera experiencia del amor de Dios, que se empobreció por enriquecernos y nos propone llevar su salvación a todos los que nos rodean. Que en el día nuevo de la Navidad el Dios con nosotros los colme con su amorosa bendición a ustedes y a sus seres queridos.

Sobre el autor

Daniel Díaz

Sacerdote de la diócesis de San Isidro. Asesor doctrinal de ACDE.

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