Valores

La gran empresa del Negrito Manuel, custodio de la Virgen de Luján

Escrito por Carlos Barrio
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El negrito Manuel, el esclavo africano, fue el instrumento amado por María en el milagro de Luján.

Pareciera que Dios se regocija y alegra escogiendo a los más débiles e insignificantes de este mundo para manifestarse entre nosotros, rompiendo nuestra lógica humana.

Él se vale de lo desechable y pequeño, de aquello que descartamos y no le damos valor. “La piedra que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular” nos dice Jesús, recitando una parte del Salmo 117 (Mt. 21, 42).

Pensemos por un instante cómo fue a grandes rasgos algunos aspectos de la vida del negrito Manuel.

Nace a principios del 1600 en África, en Costa de los Ríos, Guinea. Seguramente vivía en una aldea con su familia, en una comunidad, junto a sus amigos y parientes. Quizás tenía esposa e hijos, ya que fue apresado cuando tenía probablemente más de 20 años, dado que a los 26 años fue testigo del milagro de Luján.

En ese entonces, los esclavos, al ser capturados, se los marcaba con un hierro incandescente para identificarlos como tales. Este acto se llamaba “carimba”. Posteriormente se los vendía y bautizaba, previa catequesis.

¡Sí, parece irónico, pero el encarcelamiento y venta iba seguido del bautismo!

La travesía en barco hacia América era cruel e inhumana, en la que un número significativo de esclavos perecía por las precarias e insalubres condiciones del viaje, que duraba aproximadamente 60 días.

Es decir que Manuel sufrió un ultraje detrás del otro: fue separado con violencia de su comunidad y familia -quizás también de su esposa e hijos- privado de su libertad, marcado a fuego como si fuera ganado, bautizado e impuesto de una religión desconocida y un nuevo nombre (Manuel) ajeno a su tradición africana, obligado de hecho a aprender otro idioma y finalmente vendido como una mercancía por su valor de uso.

Seguramente él era de aquellos esclavos llamados “ladinos”, que aprendieron el portugués y por tal motivo se los asignaba a tareas domésticas o artesanales, a diferencia de los llamados “bozales” que sólo hablaban su lengua de origen y se los destinaba a trabajos más rudos. Con lo cual es de suponer que hacía ya un cierto tiempo que vivía en Brasil antes de embarcarse hacia Buenos Aires en el barco que transportó las imágenes de la Virgen y que por ese mismo motivo habría asumido su fe cristiana, en forma no tan superficial e impuesta desde afuera.

Lo notable del caso es que Manuel, a pesar de haber sido maltratado, herido y denigrado en todos sus derechos y dignidad como persona, fue capaz de resignificar su dolor y escuchar lo que María tenía para decirle y ser parte esencial del milagro de Luján. Fue su dócil instrumento.

Cabe recordar la historia del origen de la Virgen de Luján, cómo se produce el milagro en el año 1630, de una manera casi imperceptible, en un paraje prácticamente despoblado, en la localidad actual de Villa Rosa, Provincia de Buenos Aires, teniendo como protagonista a Manuel, la piedra angular desechada por los arquitectos de ese entonces.

Las dos imágenes de la Virgen que se transportaban hacia Sumampa, Córdoba de Tucumán (hoy Santiago del Estero), por encargo de un hacendado portugués, Antonio Farías de Sáa, hicieron noche en el camino en la estancia de Rosendo. Y a la mañana siguiente los bueyes que las transportaban no pudieron avanzar. Para alivianar su peso decidieron descender uno de los cajones de las imágenes, pero la carreta continuó sin moverse. Y cuando trocaron los cajones, la carreta se movió sin dificultad.

El hecho fue tan significativo para los pocos testigos presentes (entre ellos el negrito Manuel), que fue interpretado como milagroso y se decidió dejar esa imagen (bajo la advocación de la “Purísima Concepción”) en ese lugar, en la estancia de Rosendo, en donde comienza a ser venerada, asignando a su cuidado al negrito Manuel. Providencial o casual la estancia de Rosendo -palabra gallega-portuguesa- podemos traducirla como la “estancia de las rosas”, con todo el significado que tienen las rosas como manifestación de María.

La actitud de Manuel me recuerda a la Anunciación, ese mensaje sutil y sobrenatural, que resultaría prácticamente imperceptible para nuestros oídos y que María supo recibir y escuchar del Ángel Gabriel en la soledad de la Galilea.

Conmovida y llena de Dios, María dio su sí para que se encarnara el Hijo de Dios y desbordante de alegría, pronunció el Magnificat, ese Aleluia gozoso y estremecedor.

En esa nada del año 1630, en una estancia alejada de la civilización, en el camino que llevaba a Sumampa, en dónde la población más importante y cercana era la ciudad de la Trinidad del puerto de Santa María de los Buenos Aires con no más de 1.500 habitantes, comienza la historia de nuestra patrona de Argentina, en la que María se le “anunció” al negrito Manuel y llevó a que este esclavo viviera a su manera el Magnificat de María.

A partir de ese momento y hasta su muerte, Manuel mantuvo una estrechísima relación con María, a tal punto que delante de su imagen, en la estancia de Rosendo y posteriormente en la capilla de la estancia de Ana de Matos, a donde fue trasladada la imagen a partir del año 1671, permanecerá encendida continuamente una vela, a instancias del negrito Manuel.

Esta relación de Manuel con María lo llevó a afirmar que “él era de la Virgen nomás”. La consideraba su nueva patrona y él su esclavo.

María se manifestó a Manuel y él respondió con su entrega y fecundidad. A tal punto que con el sebo de esas velas realizó muchos milagros, aliviando las dolencias de los peregrinos que frecuentaban el lugar.

La manifestación de su santidad ha llegado a tal punto, que el 8 de mayo de 2016 se inició la causa para su canonización.

Me pregunto ¿qué me dice hoy el milagro de Luján?

¿Cómo es nuestra escucha de la voluntad de Dios?

¿Dónde buscamos sus signos?

¿Qué nos dice y cómo actuamos frente a lo débil y desechable?

¿Estamos atentos a esta dimensión en nuestra vida diaria, en nuestro trabajo?

¿Corremos el riesgo de pasar de largo frente a estas manifestaciones preferenciales de Dios?

¿Cuáles son los “negritos Manuel” que hoy conviven con nosotros y no registramos?

¿Qué “sebos” podemos descubrir para aliviar tantos dolores que nos rodean?

¿Cuáles son los caminos para construir una empresa rentable, que tenga en cuenta la debilidad y lo desechable?

El negrito Manuel nos inspira y deja su ejemplo de cómo resignificar y seguir los caminos que Dios nos tiene preparados, aún en las mayores dificultades.

Pidámosle que hoy nos acerque el sebo de sus velas para que podamos mantener la luz y calidez de María en nuestras vidas, para transformarnos en hombres nuevos llenos de amor y esperanza.

Sobre el autor

Carlos Barrio

Abogado (UBA) con una extensa carrera en el sector legal de multinacionales. Coach Profesional (Certificación internacional en el Instituto de Estudios Integrales). Posee posgrados en Harvard y UBA.

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