Un largo proceso histórico ha llevado a Europa a renegar de su legado cristiano, a definirse como un espacio multicultural, sin identidad propia, y a adoptar una filosofía relativista. Esta actitud hace muy difícil la plena integración de las corrientes migratorias que recibe y amenaza los cimientos metafísicos de las ciencias.
El crimen y su manifestación
¿Puede una sociedad abandonar sus valores y adoptar otros, quizá hasta incompatibles con los tradicionales? La respuesta podría ser afirmativa. Pero ¿tiene la capacidad de alterar su pasado? Obviamente, no puede cambiar los hechos. La traición, en el plano histórico, sólo puede consumarse ocultando el pasado o recurriendo a interpretaciones falsas, que se acomoden a preferencias ideológicas y políticas cambiantes. La sociedad en cuestión es la Unión Europea y las víctimas de la traición, sus raíces cristianas.
La manifestación formal, la expresión jurídica de este crimen, comenzó a gestarse en el Palacio Real de la localidad belga de Laeken. El 14 y el 15 de diciembre de 2001, el Consejo Europeo, allí reunido, “…observando que la Unión Europea se encontraba en un momento decisivo de su existencia, convocó la Convención Europea sobre el futuro de Europa”.
El Consejo encomendó a la Convención que formulara propuestas sobre distintos temas y se preguntó “si la simplificación y la reorganización de los tratados no deberían preparar el terreno para la adopción de un texto constitucional.”4 El mismo órgano designó para encabezar la Convención al expresidente de Francia, Valéry Giscard d’Estaing.
La Convención comenzó a sesionar en el Château de Val-Duchesse, también ubicado en Laeken, el 28 de febrero de 2002. Fijó su propio reglamento y la lista de temas que trataría. Entre ellos, el presidente expresó el objetivo de elaborar un “tratado constitucional”.
Preocupado por la orientación que podía tomar ese trabajo, el 20 de agosto de 2022, Su Santidad san Juan Pablo II dirigió a la Convención, que se encontraba en ese momento en plena elaboración del proyecto, un mensaje que, en los párrafos especialmente referidos a las raíces culturales y los valores fundamentales de Europa, recordó que la tradición judeocristiana había sido la fuerza capaz de armonizar y consolidar las contribuciones culturales de muchos pueblos a los valores europeos.5
En el mismo documento, san Juan Pablo II sostuvo que tanto la memoria histórica como la misión de Europa requerían la inspiración de las raíces cristianas europeas.6 Y completó su análisis de la tarea en la que estaban empeñados los convencionales, expresando que, aun respetando una correcta concepción de la laicidad de las instituciones políticas, ella daba a los valores antes mencionados un profundo arraigo de tipo trascendente, que se expresa en la apertura a la dimensión religiosa.7
En un nuevo esfuerzo para lograr el reconocimiento, que culminaba las declaraciones emitidas por reuniones de obispos y el conjunto de peticiones y presentaciones de instituciones religiosas, tanto católicas como protestantes, el 11 de octubre de 2002, el Papa se reunió en el Vaticano con el presidente del Parlamento Europeo, Pat Cox, para expresarle personalmente su preocupación por la falta de reconocimiento del legado cristiano de Europa en los textos que preparaba la Convención.
Pese a la esperanza manifestada por Su Santidad, la Convención ignoró la herencia cristiana. Siempre presidida por Giscard d’Estaing, completó un Proyecto de Tratado por el que se instituía una Constitución para Europa, que fue aprobado “por amplio consenso” en una reunión plenaria celebrada el 13 de junio de 2003. El 20 del mismo mes el texto fue presentado al Consejo Europeo reunido en Salónica.
El Proyecto contenía un preámbulo que no solamente no mencionaba al cristianismo, sino que comenzaba con una cita de la obra La guerra del Peloponeso del historiador ateniense Tucídides. Más adelante trataré la tendencia a confundir el origen de nuestra Civilización Occidental con el de la Civilización Helénica, como una manera de negar y rechazar el cristianismo. La cita de un autor griego para iniciar el preámbulo de una constitución para Europa fue una forma sutil de moverse en esa dirección. Transcribo a continuación su texto y el del Artículo Segundo, que fija los valores que la Unión defiende: “Conscientes de que Europa es un continente portador de civilización, de que sus habitantes, llegados en sucesivas oleadas desde los tiempos más remotos, han venido desarrollando los valores que sustentan el humanismo: la igualdad de las personas, la libertad y el respeto a la razón,
“Con la inspiración de las herencias culturales, religiosas y humanistas de Europa, cuyos valores, aún presentes en su patrimonio, han hecho arraigar en la vida de la sociedad el lugar primordial de la persona y de sus derechos inviolables e inalienables, así́ como el respeto del Derecho.”
Al hablar de “herencias culturales, religiosas y humanistas” se invocan y se ponen en un plano de igualdad el cristianismo y el paganismo.
“Artículo 2º – Valores de la Unión:
“La Unión se fundamenta en los valores de respeto a la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, estado de derecho y respeto a los derechos humanos. Estos valores son comunes a los estados miembros en una sociedad caracterizada por el pluralismo, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la no discriminación”.
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Excelente!