Quedarse con lo bueno ante algunas puertas que se cierran
En casa, suelen decirme: “Sí, ya sabemos, hay que quedarse con lo bueno”. Parece ser un mensaje inventado por mí, aunque, por supuesto, no lo es. Lo cierto es que se ha ido haciendo lugar, casi por repetición fiel, como un modo de atravesar lo adverso, de traspasar lo superficial de lo acontecido, rescatando aprendizajes, descubriendo la situación mejor que pudiera devenir.
Diría que tal modo se trata de una variante positiva de este quedarse con lo bueno, para distinguirla de aquella que tiene más que ver con un recorte forzoso que alguien, o uno mismo, hiciese a modo de reducción de la compleja realidad o de ocultamiento de las naturales imperfecciones y contrariedades.
Me gustaría profundizar en esta variante (positiva), iniciando con una consideración general, para pasar a una experiencia concreta.
Lo bueno para cada uno de nosotros no se reduce al hecho de recibir cosas o resultados que se desean. También podemos encontrarlo en medio de situaciones que no nos gustan, ante obstáculos que se nos presentan, tras algún fracaso o privación de seguridades que nos hubiera encantado tener, ahí donde el “por qué me pasa esto” quedara sin respuesta o sin comprenderse.
Probablemente, alguna vez hayamos tenido la experiencia de descubrir, con el paso del tiempo, que esos obstáculos o situaciones indeseadas, terminaron contribuyendo a la realización de un plan mejor, o que, si cierta puerta se hubiera abierto, si hubiéramos podido tener ese acceso y avanzar por otro camino, algo de lo esencial nuestro habría quedado en riesgo de no desplegarse.
Traigo una vivencia sobre esto. A lo largo de sus 14 años de trabajo en una planta industrial, mi esposo volvió, en ocasiones, con cierto desencanto por alguna puerta laboral de ascenso que podría haberse abierto para él, pero no resultó así.
La sensación inmediata y la lectura rápida daban balance negativo. Sin embargo, fuimos dando lugar a otra clave de lectura y actitud: descubrir lo que posibilitaba el hecho de que esa puerta se hubiera cerrado. Esto no evitaba el sentimiento de frustración, pero sí nos ayudaba a ubicarnos distinto, atentos al desarrollo de la vocación personal y, por tanto, a ser astutos respecto de dónde poner los esfuerzos. Fuimos pasando del registro negativo al reconocimiento de un balance a favor nuestro donde parecía que no lo había.
En fin, dejando atrás seguridades y garantías de su lugar de trabajo conocido, mi esposo inició un nuevo proyecto, una pequeña empresa propia de Ingeniería, posibilitadora de una administración del tiempo, de los conocimientos y aprendizajes, más acorde a sus búsquedas, a sus talentos, a su mismo ser.
Hay puertas que se cierran, o cerramos, para bien.
Quedarse con lo bueno tiene muchas otras variantes positivas. A mi entender, todas ellas tienen en común que nos previenen de aferrarnos a lo inútil. Ya sólo por esta razón, diría que vale la pena el intento.
Gracias Viviana por la claridad de siempre en tus palabras, y sobre todo el dejo de esperanza que planteas. Es una realidad que el pensar de manera positiva no cambia la situación pero si nos hace a nosotros tener una apertura distinta. Nos saca del sofá nos hace avanzar. En la lectura se me venía esta imagen, de decir que a veces también el quejarnos, es más de la comodidad de estar en el sofá. Nos falta el ser positivo porque nos cuesta lo otro el tener una actitud más en salida.