A menudo me preguntan dónde está la Responsabilidad Social de las Empresas (RSE) de la que tanto hablamos hace unos años, y que parece que ha quedado enterrada debajo de la Sostenibilidad y la ESG (environment, social and governance, o sea, medioambiental, social y gobernanza, a menudo presentadas en castellano como ASG). Para mí, la RSE o RSC sigue viva, al menos cuando tenemos en cuenta la cuasi-definición de la Unión Europea: la responsabilidad por el impacto de las empresas sobre la sociedad (en sentido amplio).
Todos tenemos responsabilidades ante los demás, y las empresas no son una excepción. A nadie se le ocurre pensar que las empresas deben maximizar sus beneficios, aunque a sea a costa de la vida de sus empleados, de la salud de sus clientes o de la supervivencia de sus vecinos. Y si esto es así, sigue siendo válido que las empresas deben tener alguna responsabilidad respecto de los impactos de sus acciones sobre esas y otras variables.
ESG (o ASG), sostenibilidad y otros conceptos similares son, para mí, maneras de recordar lo que son los principales, aunque no únicos, impactos de las empresas sobre la sociedad: sobre la sostenibilidad de nuestra civilización, sobre el estado de la naturaleza y sobre el funcionamiento de nuestra sociedad. Maneras de recordar aquello a lo que otros tienen derecho, y que puede resultar perjudicado por las decisiones de mi empresa. Maneras de pasar revista a los daños que causo a los demás, queriéndolos o no, y los bienes que les puedo o debo proporcionar.
Cumplir los requisitos de la sostenibilidad o de los ESG puede ser una manera de vivir la RSE de mi empresa. Pero no es la única manera, ni todo lo que puedo y debo hacer, a la hora de cumplir con mis deberes para con la sociedad. Sostenibilidad y ESG son también maneras de hablar de la responsabilidad de todos, no solo de las empresas.
*Publicado originariamente en Economía, Ética y RSE Blog Network de IESE Business School, Universidad de Navarra.