¿Hay lugar para el dolor en la empresa?
“Cuéntame qué es para ti el dolor
y te diré quién eres”
(Ernst Jünger)
Todos necesitamos amar y ser amados. La vida sin amor es una vida vacía y hueca.
Experimentar el amor nos alegra el corazón y les da sentido a nuestras vidas. Nos lleva a sentirnos plenos, completos, como que todo a nuestro alrededor se iluminara.
Pero a medida que nos comprometemos con el amor y nos acercamos al otro, comenzamos a conocerlo más profundamente, con sus luces y sus sombras. La etapa del enamoramiento y la fascinación del primer momento pasa para dar lugar a un mundo más real, en el que descubrimos las limitaciones, egoísmos e incapacidades propias y ajenas. Se nos cae la venda del amor idílico para que pueda aflorar la verdad de la persona y a la necesidad de encarnar los sentimientos con sus consecuencias. Y desde esa verdad es que podemos acercarnos al otro, descubrirlo y descubrirnos a nosotros mismos sin mediaciones y amar de manera más profunda y verdadera.
Descubro que la cultura del mundo actual nos propone un modelo de hombre centrado en sí mismo, que acentúa la primacía del yo (“yoismo”) y un cierto egoísmo narcisista, que prioriza el éxito, el propio goce y disfrute (casi como si fuera un mandato). Pareciera tenerle miedo al dolor y necesita alejarlo de sí, pero indefectiblemente termina asumiendo la consecuencia de este aislamiento, como nos señala Krishnamurti: “El deseo de éxito es el deseo de dominación. Dominar es poseer, y la posesión es el camino del aislamiento.”(1)
Pareciera que vamos construyendo una cultura líquida del amor (parafraseando a Sigmunt Bauman), en la que evitamos el compromiso y gestamos relaciones más superficiales y sin vínculos profundos ni duraderos. Buscamos evitar las dificultades que conlleva el compromiso y la cercanía, para mantener una distancia que nos preserve del dolor. Necesitamos anestesiarlo.
Sentimos que la vida pierde su sentido si no gozamos el momento, como si nuestras rutas debieran siempre evitar las tormentas y los nubarrones y transitar sólo sobre autopistas cómodas y acolchonadas.
Nos señala Buyng Chul Han que “hoy impera en todas partes una <<algofobia>> o fobia al dolor”(2)
El mundo tamizado por el smartphone nos permite tener distancia del dolor, alejarlo a través de la mediación de la pantalla y evitar que nos conmueva y descoloque de nuestro mundo feliz. Las redes sociales nos muestran siempre sonrientes y alegres, aunque haya un tsunami en nuestras vidas.
Pero justamente la acción de conmovernos nos acerca a la parábola del buen samaritano del Evangelio de san Lucas, en la que el samaritano (enemigo del judío) se “conmueve” frente al dolor de la persona herida que se cruza en su camino. No pudo pasar de largo, como el sacerdote y el levita. El dolor de la persona caída le dolió, lo vivió como propio, porque lo amó, dejando a un lado sus odios y prejuicios tribales y religiosos, asumiendo las consecuencias y efectos que provoca el amor auténtico. Lo hizo cercano, próximo (prójimo). Y por eso se comprometió en aliviar su sufrimiento, asumiendo la dificultad e incomodidad de tener que vendar las heridas de quien yacía casi muerto en un camino inseguro, llevándolo hasta una posada y quedándose con él toda la noche. El amor lo llevó a asumir un sacrificio por el caído, a no dormir en toda la noche para cuidarlo, a poner en pausa el destino que tenía planeado, gastando su dinero por cuidarlo. ¡Y se trataba de su enemigo!
Veo que muchas veces el amor profundo -que genera vínculos auténticos y duraderos- nos conduce por las sendas de dolor, al involucrarnos con lo que padece la otra persona. No podemos ser indiferentes y pasar de largo. Somos hombres dolientes, como nos dice Víctor Frankl(3), a pesar de nuestra huida.
La viuda del Evangelio de Marcos, que dio dos pequeñas monedas de cobre en el templo, es un gran ejemplo de un amor encarnado, “… dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir”(4). El amor la llevó a vaciarse, asumiendo las dificultades que ello implicaba.
Por ese motivo la vinculación a los demás implica comprometernos con sus padecimientos. Y si pasamos de largo necesariamente nos alejaremos del otro y de nosotros mismos, perdiendo la fuerza del vínculo y la credibilidad de un auténtico amor encarnado.
Kentenich nos dice que “… el hombre no sólo está orientado hacia el yo sino igualmente hacia el tú. De ahí que la íntima separación del tú personal signifique sencillamente una fractura de tal esencia. Por eso suele suceder que los hombres, a pesar de la comunicación externa que hoy posibilita la tecnología, se vuelvan cada vez más extraños los unos para con los otros, y que todo el lujo material y aumento del bienestar los deje vacíos, sin espíritu, sin alma, y los haga profundamente infelices.”(5)
Me pregunto ¿cuántas veces actúo en mi vida y el trabajo como el sacerdote o el levita de la parábola, pasando de largo, inventándome excusas y argumentos para no involucrarme con el caído o sufriente que pasa a mi lado inesperadamente y que me obligaría a desviarme de mi senda?
¿Cómo vivo el dolor que se cruza en mi camino?
¿Soy capaz de poner en pausa mis objetivos, ilusiones y deseos para ocuparme del dolor ajeno que me interpela?
Me pregunto si la cultura de algofobia en la que vivimos nos inhibe a exteriorizar y solidarizarnos con el dolor, dado que puede desviar la efectividad del equipo de trabajo en el logro de sus objetivos materiales. Pareciera que Byung-Chul Han tiene razón cuando nos dice que “la nueva fórmula de dominación es <<sé feliz>>. La positividad de la felicidad desbanca a la negatividad del dolor. Como capital emocional positivo, la felicidad debe proporcionar una ininterrumpida capacidad de rendimiento.”(6)
Si anestesio el dolor del sufriente, ¿no estaré corriendo el riesgo de desenfocar mi mirada y terminar preguntándole un día al Señor “¿cuándo te vi hambriento y te di de comer; sediento y te di de beber? ¿Cuándo te vi de paso y te alojé; ¿desnudo, y te vestí? ¿Cuándo te vi enfermo o preso, y fui a verte?(7)
¿Seré capaz de conmoverme del dolor ajeno para amar de verdad?
Referencias
- Krishnamurti. “Comentarios sobre el vivir”. Primera Serie. Ed. Kier (1994), pág. 71
- Byung-Chul Han, “La sociedad paliativa”, Ed. Herder (2021), pág. 11.
- Conf. Víctor Frankl. “El hombre doliente”. Ed. Herder (2009)
- Mc. 12, 43-44. “ … esta viuda pobre echó más que todos los que han echado al arca, “porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento”
- José Kentenich. “El mundo de los vínculos personales” (María madre y educadora, 1954, 395-400). Ed. Nueva Patris (2015), pág. 225.
- Byung-Chul Han, “La sociedad paliativa”, Ed. Herder (2021), pág. 23.
- Mt. 25, 37-39
Gracias Carlos por este excelente artículo ( como todos tus escritos) Gracias por tus preguntas para internalizarlo en la propia vida.
Involucrarnos con el dolor que padece el otro con la mirada y presencia compasiva de Jesús. Acompasar los ritmos y procesos propios y de los seres queridos para gestar vinculaciones cada vez más profundas y significativas .