El 24 de mayo del 2025, en el Corriere della Sera, se publicó el siguiente artículo, que compartimos traducido por el interés que genera el tema del liderazgo.
“En la concepción agustiniana de la autoridad no hay lugar para quien busca a sí mismo o el poder sobre los demás”.
“El ejercicio de la autoridad en cualquier comunidad cristiana exige dejar de lado todo interés personal y una dedicación total al bien de la comunidad”.
Son conceptos fuertes, sobre todo por la claridad con la que están expresados. Más aún si se piensa que provienen de la tesis doctoral que Robert Francis Prevost escribió hace casi 40 años, en 1987. Como dice Alberto Melloni, desde el punto de vista doctrinal, “de este Papa no sabemos nada. No hay un libro, una colección de homilías, nada”. Por eso este documento es valiosísimo y vale la pena explorarlo con genuina curiosidad.
“El rol y la autoridad del prior local en la Orden de San Agustín”, así se titula la tesis con la que “padre Bob” obtuvo en 1987 el Doctorado Magna Cum Laude en Derecho Canónico en la Pontificia Universidad Santo Tomás de Aquino de Roma. Un título de peso que, sumado a los tres anteriores –el Bachelor en Ciencias Matemáticas y el diploma en Filosofía en la Universidad de Villanova (Filadelfia), y el Master of Divinity en la Catholic Theological Union (Chicago) – hacen de León XIV un papa excepcionalmente formado, incluso entre sus predecesores. Pero, sobre todo, su tesis permite vislumbrar las posibles líneas directrices de su pontificado.
Prevost escribió en un momento clave: habían pasado cuatro años desde la reforma del Derecho Canónico, que fue el resultado de más de dos décadas de debate iniciado por el Concilio Vaticano II. Y si bien su tesis se centra –con lujo de detalle – en cómo debe ejercer su rol quien dirige una orden religiosa (desde la organización de retiros y seminarios hasta la duración del mandato), el texto –como señala el New York Times en un análisis exhaustivo– “también contiene indicios sobre cómo guiar una Iglesia global en la próxima etapa de su larga historia”. En efecto, son reflexiones sobre el ejercicio del liderazgo que dicen mucho sobre el nuevo Papa. Y, de hecho, pueden resultar útiles para cualquiera que tenga un rol de conducción, en cualquier ámbito. Acá intentamos resumirlas en tres ejes principales.
“La virtud de la humildad es indispensable para todo superior”
Sin ella, el hombre elegido para ejercer el liderazgo en la comunidad jamás logrará la confianza de aquellos que le han sido encomendados. El superior no tiene que ser un santo. Pero sí debe ser lo suficientemente honesto como para reconocer y admitir sus propias fortalezas y debilidades, y desde esa base, confiando en la gracia de Dios, debe intentar vivir los valores propios de la vida religiosa”.
Estas reflexiones muestran claramente cómo Prevost comparte plenamente las preocupaciones de san Agustín –a quien cita constantemente en la tesis– sobre el límite entre autoridad y abuso, sobre la necesidad de que el poder no se vuelva arbitrario y esté respaldado por instituciones que actúen como freno. La autoridad entendida como servicio y no como una oportunidad de control; como herramienta para la vida armoniosa de la comunidad y no como un fin en sí mismo. Apoyarse en Agustín para remarcar principios básicos dentro de una orden religiosa refleja lo polémico que siempre fue el rol de autoridad en la Iglesia, y lo necesario que es volver a esos principios esenciales. Solo un líder que los tenga bien presentes, afirma Prevost, puede resolver conflictos y sacar lo mejor de las virtudes y talentos. El futuro Papa ve en este enfoque un modo de canalizar tanto los impulsos postconciliares como los cambios socioculturales que golpean la puerta de las órdenes religiosas:
“La sociedad ha cambiado mucho, y se han proclamado nuevos valores, que no siempre se integran fácilmente en la vida religiosa. Muchas veces, la relación entre bien común e individual se invierte: en lugar de formar la personalidad individual al servicio del bien común (noción que también tuvo sus excesos en el pasado), la “comunidad” pasa a ser el ámbito donde el individuo busca realizarse a sí mismo, persiguiendo sus propios intereses y valores personales”.
De ahí se deduce que un buen superior no avala el individualismo extremo, pero tampoco lo reprime con una autoridad vigilante. Lo gobierna, lo encauza hacia el bien común, pero primero debe reconocerlo, comprender sus posibles desviaciones y también sus reclamos legítimos. Para eso, hay un solo camino:
“La autoridad es servicio, y ese servicio se presta en un contexto de escucha de lo que el Espíritu está diciendo a su Pueblo, de manera que sus proyectos puedan realizarse libre y voluntariamente. El prior está llamado a escuchar, para que juntos se pueda discernir y realizar lo que el Espíritu inspira. Esta teología de la escucha (…) ofrece una base para comprender la autoridad del Capítulo”.
Este es un principio agustiniano fundamental: escuchar a Dios y escucharse entre seres humanos. Dentro de una comunidad religiosa, convierte a quien la lidera en el eje entre todos los miembros y entre ellos y Dios. Lo que nos lleva al tercer principio clave:
“Uno de los aspectos más importantes de la vida religiosa es la comunión, la unidad compartida entre los miembros como medio para la búsqueda de Dios. Sin embargo, la realidad humana puede dificultar esta tarea, y a veces se hace necesario que el superior intervenga para resolver esas dificultades. El nivel de confianza entre el individuo y el superior será probablemente mayor cuando este último (el Prior local) haya intentado establecer una relación personal previa (…) Al final, tiene que haber una persona que ejerza la autoridad para tomar decisiones y guiar la vida del religioso”.
Son palabras que nos llevan directamente al tema de la colegialidad, y exaltan la fuerte vocación sinodal del pontificado de Prevost, que parece estar muy bien preparado para profundizar en esa dirección.
En estas palabras, escritas hace casi 40 años, está toda la importancia que da Prevost a las relaciones personales para resolver conflictos, su inclinación al diálogo y al involucramiento. Pero también el recordatorio final sobre la obediencia. Tal vez se pueda deducir que León XIV será un Papa a la vez inclusivo y firme: un bergogliano evolucionado, en los caminos que solo Bergoglio hizo posible.
Excelente nota!