Valores

Cuando dirigir se vuelve un camino espiritual

0:00 0:00
100

Download Audio

Escuchar este artículo

En el corazón del Evangelio hay gestos que no buscan brillar, pero que transforman. Gestos como mirar a los que nadie ve, acercarse a los que otros esquivan, tocar donde todos temen tocar. Jesús no construyó su liderazgo desde la lógica del poder o la eficacia, sino desde una humanidad desbordante que hacía de cada encuentro una oportunidad para restaurar, dignificar y dar nueva vida. Los cristianos que hoy ejercen roles de dirección en empresas, instituciones o proyectos no están llamados a copiar formas religiosas, sino a encarnar ese mismo modo de estar en el mundo: con compasión lúcida, con coraje para romper lógicas de exclusión y con ternura como fuerza transformadora.

En los ecosistemas empresariales de hoy, marcados por la presión de resultados, la cultura del descarte y la obsesión por la imagen, corremos el riesgo de pasar por alto a quienes más necesitan ser vistos. Hay personas que no gritan ni piden, pero que llevan sobre sus hombros un cansancio invisible, una historia pesada, una inseguridad que los va volviendo silenciosos. El liderazgo cristiano no se contenta con incluir métricas de diversidad en los informes; busca mirar con verdad, escuchar con empatía, acompañar procesos con paciencia. Jesús no evitaba los márgenes: los recorría. No solo ofrecía palabras, sino que detenía su paso, miraba a los ojos, se dejaba afectar. El líder cristiano hace lo mismo cuando prioriza a las personas por encima de los procedimientos, cuando reconoce al otro más allá de su desempeño, cuando genera ambientes donde nadie tenga que esconder sus heridas para ser aceptado.

Dirigir con humanidad es estar dispuesto a ver lo que otros no quieren ver: la fatiga emocional de un colaborador, el aislamiento de quien nunca es invitado, la frustración de quien siente que no encaja. Es entender que no todo se resuelve con protocolos o beneficios, porque hay dolores que solo se alivian con presencia sincera, con una palabra justa, con una escucha que no juzga ni interrumpe. Jesús no sanaba desde lejos, sino desde el encuentro. Y ese estilo sigue siendo revolucionario en cualquier espacio donde se ejercen decisiones.

A lo largo de mi propia experiencia en roles de liderazgo, he llevado siempre esta preocupación en el corazón. En algunos momentos, logré ser esa presencia de ayuda y empatía. En otros, no fui capaz de dar seguimiento a personas que necesitaban mi acompañamiento. Me duele reconocer que hubo instantes en que mi adormecimiento espiritual y humano me volvió invisible, y por eso me vi omiso cuando debía haber actuado. Pero este recorrido interior no me encierra en la culpa: me permite comprender con más compasión a tantos otros dirigentes que también viven estas tensiones. Queremos ser correctos, rápidos, eficientes… y, sin darnos cuenta, esa sed de resolverlo todo nos arrastra a equivocaciones. No siempre fallamos por maldad, a veces fallamos por prisa, por presión, por miedo, por soledad.

Y es justamente allí donde el Evangelio vuelve a hablarnos con una dulzura que no acusa, sino que despierta. Jesús no buscaba líderes perfectos, sino corazones dispuestos a comenzar de nuevo, a reconocer sus faltas, a dejarse tocar por la necesidad del otro. El dirigente cristiano no lidera desde la cima del mérito, sino desde el valle donde también se aprende a ser humilde, a reparar, a volver a mirar con ternura.

El liderazgo inspirado en Jesús no aplasta, no exige perfección, no premia solo los resultados. Es un liderazgo que toca, que se deja afectar, que aprende a pedir perdón y que confía en el poder silencioso de la misericordia. En un tiempo donde muchos viven sin ser notados, donde algunos se sienten irrelevantes o descartables, este estilo tiene una misión irrenunciable: hacer que cada persona descubra que su vida importa, que tiene un lugar, que su dignidad no depende de sus logros, sino del amor con que es mirada.

Ese liderazgo no se enseña en manuales, pero se aprende en el Evangelio vivido. Y cuando se encarna, incluso en una empresa, aunque no se mencione a Dios, su rostro empieza a brillar en lo cotidiano.

Sobre el autor

Adriano Marques Santiago

Sacerdote con más de 15 años de experiencia en el servicio pastoral, especializado en acompañamiento espiritual, liderazgo comunitario y desarrollo humano. Graduado en Filosofía por la Faculdade São Luiz (Brusque/SC – Brasil) y en Teología por la Faculdade Dehoniana (Taubaté/SP – Brasil). Graduado del MBA en Dirección de Empresas por la Universidad Católica del Uruguay – UCU Business School (Montevideo – Uruguay).

Deje su opinión

1 comentario

  • realmente muy didáctico recorriendo las diferentes circunstancias de lo que conlleva un liderazgo visto por Dios, no es fácil pero hay que intentarlo no dejar a nadie en la banqueta.
    pd. Muy acertado ponerlo por audio.