El arte que despierta el amor
Rubem Alves escribió:
“No amamos a quien habla bonito, sino a quien sabe escuchar con belleza”.
Estas palabras han resonado en mí como un susurro que no halaga, sino que confronta. Siempre creí en el valor de la escucha activa. Muchos reconocen en mí esa capacidad: dicen que soy paciente, que transmito paz, que sé escuchar. Y en parte, es verdad. Pero también sé —y me duele admitirlo— que mi escucha no siempre ha sido tan activa como parece.
Esa imagen que los demás tienen de mí, muchas veces esconde una realidad que me cuesta mirar de frente: mi aparente paz puede ser, en ocasiones, señal de adormecimiento. De una pasividad que evita la confrontación. Como si el silencio fuera, en el fondo, una forma de no actuar, de no decir lo que tal vez debe ser dicho.
Por eso, las palabras de Rubem Alves me despiertan. Me sacuden con ternura. Porque revelan una verdad luminosa: antes de hablar bonito, hay alguien que sabe escuchar con belleza. Y esa escucha verdadera no es simplemente oír. Es abrir el corazón con empatía y humildad. Es dejar que lo que el otro dice me toque, me afecte, me transforme. Solo así, algún día, podrán nacer de mí palabras verdaderamente bonitas.
Pero atención: decir palabras bonitas no es decir lo que el otro quiere oír. La verdadera belleza de una palabra está en su verdad, aunque duela. Aunque cuestione. Aunque incomode. Porque una palabra dicha con amor, nacida de una escucha profunda, tiene el poder de liberar, de sanar, de construir.
Me duele reconocer que muchas veces me he quedado en el umbral de la escucha, sin atreverme a cruzarlo. Pero me alegra este despertar. Porque no es una culpa que paraliza, sino una oportunidad que moviliza. Siento que tengo una predisposición natural para escuchar —eso es un regalo—, pero también siento el llamado a transformar esa disposición en un acto consciente y valiente. Que mi escucha no sea solo quietud, sino un silencio fértil, del que broten palabras que nazcan de verdad.
Rubem Alves incluso afirma que es en la escucha donde comienza el Amor.
Y es en la falta de escucha donde el Amor se apaga.
Y esta verdad, que en un primer momento parece reservada al ámbito de lo íntimo o lo espiritual, se extiende con igual fuerza al mundo de las relaciones humanas en todos sus niveles. También en los espacios profesionales, comunitarios o institucionales, el arte de escuchar bonito revela su poder transformador. En un entorno donde todos compiten por hacerse oír, quien escucha de verdad se convierte en puente, en mediador, en sembrador de paz.
He aprendido, por ejemplo, que en el mundo de los negocios y de la gestión humana, escuchar activamente no solo mejora la comunicación: crea oportunidades, abre caminos y restaura vínculos. En toda negociación auténtica, escuchar no es ceder, es comprender. Es buscar detrás de las palabras las verdaderas necesidades, los temores ocultos, las intenciones profundas. Y es desde esa comprensión donde surgen soluciones más humanas y acuerdos más duraderos.
Escuchar bonito no es pasividad, es compromiso. Es una forma de presencia plena que da valor al otro, y que prepara el terreno para que las palabras que digamos no sean armas ni adornos, sino semillas. Semillas de verdad, de justicia, de reconciliación. En lo personal y en lo colectivo, en lo espiritual y en lo profesional, la calidad de nuestra escucha revela la calidad de nuestro amor.
Yo vivo este camino, con luces y sombras, con pasos firmes y con tropiezos.
¿Y tú? ¿Dónde te encontrás hoy?
¿Sos de los que hablan bonito o de los que saben escuchar con belleza?
¿Hace cuánto no escuchás sin interrumpir, sin juzgar, sin estar a la defensiva?
¿Te animás a practicar una escucha que transforme, que sane, que despierte el amor en vos y en los demás?
Quizás, si nos detenemos un momento y nos abrimos a escuchar bonito,
comencemos a descubrir que la belleza más profunda no está en lo que decimos,
sino en lo que somos capaces de acoger en silencio.