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La cultura en la Alemania nazi

Escrito por Christian Schwarz
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La dictadura nacionalsocialista es recordada por ser quizás el régimen más brutal de la historia de la humanidad. Al margen de este acuerdo – para analistas más finos queda la controversia sobre la distribución en el podio con el stalinismo o el maoísmo – es también un movimiento político que se podría catalogar de sobreestimado. ¿Cuál sería el origen de esa sobreestimación? En gran medida se considera al nazismo como una estructura vertical, rígida y lineal: un Führerstaat (Estado bajo un líder o conductor) implacable ordenado bajo el voluntad de un mediocre pintor austríaco, Adolf Hitler.

“La cultura en la Alemania nazi” de Michael Kater, doctor en historia y sociología por la Universidad de Heidelberg,  es un libro muy apropiado por al menos dos razones presentes.

La primera es que en sus páginas muestra que es muy difícil construir una fuerza política monolítica aun apelando al despotismo, algo que el nazismo en sus doce años de vida en el poder no llegó a concretar.

La segunda, en tiempos en los que se habla de una denominada “batalla cultural”, el nazismo bajo un formato totalitario no pudo construir una cultura propia y que lo distinga, ya sea frente a otros períodos de Alemania o a otras naciones. La riqueza cultural de la República de Weimar le hace sombra hasta el día de hoy. Las limitaciones en cuanto a no saber cómo expresar un cierto ideal, la falta de artistas competentes y destacados, así como las disputas internas entre las múltiples y superpuestas agencias estatales y del partido nacionalsocialista que chocaban frecuentemente entre sí, impidieron el despliegue cultural del nazismo.

El hitlerismo proyectó hacia afuera, ya sea por esfuerzos propios o simplificaciones posteriores, una imagen que no concuerda con lo sucedido. Por ejemplo, si a cualquiera se le pregunta por el compositor favorito de Hitler muchos responderían Richard Wagner, dada la buena relación entre el dictador y Winifred Marjorie Williams, viuda de Siegfried Wagner, hijo del compositor, así como que el Festival de Bayreuth estaba entre sus predilectos. En verdad, el compositor favorito de Hitler fue Anton Bruckner, austríaco como el líder nazi y que había nacido en Ansfelden, muy cerca de su ciudad natal, Braunau am Inn.

Otro ejercicio. Si se interroga sobre quién fue el mentor cultural del nazismo es probable que muchos señalen a Joseph Goebbels, el jefe de propaganda del partido y del Estado nazi. Sin embargo, ante situaciones de controversias culturales, Hitler solía despreciar a Goebbels y seguir los lineamientos propuestos por Alfred Rosenberg, quizás el ensayista más influyente del nazismo a partir de su obra “El mito del siglo XX”.

Asimismo, el ímpetu nacionalsocialista de expandir su epopeya sobre los alemanes se desvaneció con la derrota en Stalingrado. El “receptor del Pueblo” (Volksempfänger), la radio que permitía sintonizar los discursos del Führer, rápidamente fue utilizada por los alemanes para intentar captar emisiones de la BBC ante el silencio y las poco creíbles noticias del frente de guerra.

El nazismo tuvo pocos artistas e intelectuales genuinamente propios. La gran mayoría incluso ofuscaban a los jerarcas del partido por su mediocridad e incapacidad de expresar la pretendida grandeza de la nueva era nacionalsocialista. De hecho,  la cultura nazi no tuvo impacto casi sobre sus aliados ni sobre los territorios ocupados por Alemania  en la Segunda Guerra Mundial.

El libro es muy profuso en anécdotas e historias de artistas e intelectuales durante la República de Weimar y su continuidad en el régimen nazi. Desde simpatizantes y oportunistas hasta perseguidos por el régimen.  Un capítulo aparte merece la persecución implacable hacia los judíos ya que los nazis pretendían hacer tabula rasa sobre su influencia en la cultura alemana.

Desarrollar una política cultural no es fácil. Si para totalitarismos como el nazi no fue sencillo trasladar al papel, el lienzo o la partitura la ideología de un Estado de partido único, más difícil es imponer una cultura cerrada en una sociedad pluralista y heterogénea.

Sobre el cierre del libro Kater avanza sobre con un breve análisis comparado entre el fascismo italiano, el nazismo y el stalinismo. Su dictamen es que el régimen de Stalin en el plano cultural fue el más terrorífico de todos. Esto fundado en la imprevisibilidad de las movidas del dictador soviético: hasta sus más estrechos y leales artistas podían ser víctimas y eliminados sin mayores argumentos. Los casos de Sergei Prokofiev y Dmitri Shostakovich son elocuentes al respecto.  Algo semejante era impensado en el nazismo, donde existían ciertos códigos de protección: quien adhería al partido nazi o exaltaba la figura del Conductor no tenía espacio para temer una represalia.

En definitiva, “La cultura en la Alemania nazi” es un libro muy recomendable para quien quiera acercarse a la Alemania del siglo XX así como para un gestor cultural, cualquiera sea su involucramiento en un proyecto privado o política pública.

* Kater, Michael H. La cultura en la Alemania nazi. Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 2024.

Sobre el autor

Christian Schwarz

Dr. en Sociología (UCA). Docente UCA, UCES, UNTREF

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