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Mamerto Menapace: el gran desafío de vivir la espiritualidad cristiana

Escrito por Eduardo Otsubo
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“No es el maizal el que le da calidad a cada espiga. Sino que son cada una de las espigas las que aportan la calidad al maizal. Florezcamos allí donde la vida nos siembra, y haremos una tierra mejor”, señalaba Mamerto Menapace durante la charla que mantuve con él hace muchos años y que fuera publicada en la revista Empresa.

Este viernes 6 de junio pasado nos enteramos de su partida. Al encuentro con el “Tata” Dios, como solía llamarlo. La tristeza por su ausencia se funde en la certeza de que el Cielo está de fiesta con su llegada.

Una sencilla manera de recordarlo es compartir con ustedes ese encuentro.

Hace un tiempo que buscaba entrevistar a Menapace para poder compartir sus reflexiones con nuestros lectores de Empresa. Además, a fuerza de ser sincero, siempre son buenos los pretextos para pegarse una vuelta por el Monasterio.

Enclavado desde 1948 -año de su fundación- en plena pampa bonaerense, en la localidad de Los Toldos, emerge como casco de estancia cobijado por una gran arboleda, a pasos de la ruta que une a las ciudades de 9 de Julio y Junín.

Un intercambio previo por correo electrónico, la aceptación del convite, y finalmente el encuentro, un miércoles de octubre, en plena primavera.

Para quienes hemos tenido la oportunidad de visitar el Monasterio, cada llegada nunca deja de ser una experiencia nueva. El clima de trabajo y de oración de la vida monacal moviliza especialmente. Uno comienza a disfrutar de los sonidos y el aire de campo, a observar a cada monje cumpliendo con su tarea diaria, con sus ritos, sus silencios y una comunicación que pasa más por las miradas y los gestos.

Siempre he agradecido poder encontrarme en Los Toldos…, y de recibir la presencia de un Dios que, si bien también atiende en la ciudad, pareciera desplegar su brisa con más fuerza por estos pagos.

La llegada, esta vez, me sorprendió con la noticia de la partida del Padre Meinrado, el último de los monjes suizos fundadores, y con un paisaje extraño: un tornado había pasado el día anterior llevándose parte de la rica arboleda que rodea al Monasterio; el sol que pegaba fuerte ese mediodía exponía las consecuencias del temporal.

Pero allí estaba Mamerto, sonriente, cálido, dispuesto a ofrecer de manera generosa su tiempo.

La descripción de la feroz tormenta pasó a ser un recuerdo en cuestión de segundos y su mirada esperanzadora marcó el surco para lo mucho que quedaba del día y el mañana. ¡Dejemos el pesimismo para tiempos mejores!, señaló con convencimiento.

E iniciamos el diálogo…

Como monje y sacerdote, ha tenido y tiene la oportunidad de escuchar las voces de la intimidad, ¿cuáles son las principales angustias o problemáticas que recoge del hombre (mujer y varón) de hoy?

– A veces me preguntan cuál es la diferencia entre ser monje y ser sacerdote. Simplificando la cosa, me parece que el sacerdote tiene como misión escuchar a Dios y luego hablarle de Él a los hombres. Mientras que el monje tiene más bien que escuchar a los hombres para luego hablarle de ellos a Dios. Por eso mi contacto con la gente, lejos de molestar a mi vida monástica, la enriquece. Y generalmente los que vienen al monasterio, o con aquellos que me encuentro y escucho, traen más bien penas que alegrías. Frecuentemente, es la partida de un ser querido, sobre todo cuando no estamos en absoluto preparados para que quien parte sea un hijo, o un amigo joven.

Tampoco estamos muy preparados para el fracaso…

– Ciertamente. Me da la impresión de que nuestra sociedad, desde la escuela, se esfuerza en prepararnos para el éxito. Nadie nos prepara para el fracaso. Y, sin embargo, el fracaso es tan real en nuestra vida como puede serlo el éxito. Y a veces es más importante, ya que nos impide seguir un camino que nos llevaría a la nada final.

Muchas veces tengo que llevarle a Dios el dolor del fracaso de un hermano, con la profunda convicción de que, en el fondo, Dios estuvo allí presente y actuó desde su bondad y misericordia.

 

Uno de los rasgos distintivos de la cultura actual es que pareciera haberse perdido toda noción de relieve; en un solo plano se conjugan el tener, el parecer y el ser. ¿No perdemos en este sentido la noción de qué somos y qué es lo que debemos ser?

– Hay una diferencia entre la vocación y la misión. Vocación es lo que me toca ser en mi vida. Y misión, todo aquello que tengo que hacer. Están muy unidas, pero no se identifican. La vocación no se elije: se tiene. Se puede descubrir o no descubrir nunca. Descubierta se puede aceptar o no aceptarla. Y aceptada se puede realizar bien, o no.

Por ejemplo: ser varón, o ser mujer, pertenece a la vocación. No puedo elegirlo. Ser padre es una vocación. Aunque tu hijo se independice o se ausente, o se muera, vos seguís siendo padre. Pero la forma en que te toca cumplir tu misión de ser padre cambia totalmente, y a veces de un día para el otro. Cuando identificamos demasiado lo que hago, o el cargo que ocupo, o cómo la gente me ve, con lo que verdaderamente soy, puede llegar a producirse un quiebre de sentido cuando las circunstancias cambien mi misión.

Me gusta decirles a mis amigas cuando se tienen que jubilar: ser maestra es una vocación. Ejercer la docencia es una misión. No te jubilás de tu ser de maestra, sino de tu encargo de ejercer la docencia. No te pagan por ser maestra sino por enseñar en la escuela. Nadie puede impedirte o eximirte de ser maestra en tu vida.

Una cultura que exige estar bien todo el tiempo no deja tiempo para la duda, la pregunta, la iniciativa, la imaginación…

– La palabrita cultura significa cosas diferentes. Me gusta la afirmación que dice que cultura es una herencia de vida en la que se nos enseña una determinada manera de relacionarnos con Dios, con los hermanos y con la tierra. Tiene algo de culto, de cultivo y de modales. Cuando esta ollita de tres patas se apoya demasiado en una de ellas, y olvida las otras, puede que se nos desparrame el puchero. ¡Pobre del místico que se evade de la tierra y de los hermanos! Los franceses dicen que: quien quiere hacer el ángel, hace la bestia. Lo mismo que el ideólogo que solo piensa en lo social y se olvida de lo económico y de lo religioso. Ni que decir del que piensa solo con el bolsillo… Hay que aceptar que cada una de estas realidades pone en crisis a las otras, las cuestiona o las dinamiza.

Como señalaba Víctor Frankl: “En última instancia, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vida asigna continuamente a cada individuo”….

– Y sí. La vida no es minería, sino agricultura. No se trata de encontrarle un sentido a la vida, sino de ponérselo. Lo que alimenta a un hombre que ha crecido, no es la habilidad para encontrarle sentido a la vida. Lo que importa es ponerle sentido a cada acontecimiento de nuestra vida. Nada se ha de perder de lo que el Padre nos ha dado. No tenemos en nuestras manos la solución para los problemas del mundo. Pero frente a los problemas del mundo, tenemos nuestras manos. Cuando Dios venga a juzgar la historia, nos mirará las manos, no los resultados. Un viejo paisano me decía poco tiempo antes de morir: Yo no quiero a mi campo por todo lo que me ha dado, sino por todo lo mío que lleva encima.

 Usted ha afirmado que no es la sociedad nueva la que creará los hombres nuevos. Son los hombres nuevos quienes formarán la nueva sociedad…

– Sigo pensando que lo que construye al hombre no es la libertad, sino la disponibilidad para poner sus fuerzas y su libertad al servicio de algo… o de Alguien. No es el maizal el que le da calidad a cada espiga. Sino que son cada una de las espigas las que aportan la calidad al maizal. Florezcamos allí donde la vida nos siembra, y haremos una tierra mejor.

 ¿Cuál es el camino como cristianos para despojarnos de nuestras vestiduras y de servir de manera generosa a los otros y a ese Alguien?

– ¡Si lo supiera, escribiría un libro y me haría famoso! Simplemente comparto lo que me cuesta como cura y como monje el desensillarme de mis aperos eclesiásticos, y de posturas clericales, para servir sencillamente a quien me pide una palabra.

He tenido la suerte de conocer grandes personas que me han servido de ejemplo: nombro a dos de entre tantos: el cardenal Pironio y el Padre Moledo. Que cada uno rescate de entre su gremio un par de modelos cercanos como para ir meditando.

La madre Teresa remarcaba siempre que es dando que se recibe, y alguna vez en el monasterio escuché: cuando se comparte, sobra. ¿Pudiera reflexionar sobre el significado que encierran estos dichos?

– Fui cuatro años miembro del CREA, siendo administrador en el campo del Monasterio. Con los ingenieros: Aguilar, Marcelo Bordas, Alejandro Correa Urquiza, y muchos capataces y mayordomos, aprendí la ley del puño. En nuestra pampa bonaerense, los pastoreos tienen una parte vegetativa y otra que es follaje. La primera es hasta la altura del puño. Esa no tiene que ser comida por el animal. La planta la necesita vitalmente. Lo que va de ahí para arriba es follaje, y es lo que hay que darlo en pastoreo. De lo contrario se pierde.

La cosa se maneja con el pastoreo rotativo. Hay que calcular con exactitud las dimensiones del lote limitándolo con alambrado eléctrico, y calcular la cantidad de carga animal que pueda comer entre ordeñes todo el follaje posible, sin afectar a la parte vegetativa que queda por debajo de la altura del puño. De esta manera el campo se recupera en tres o cuatro semanas, renovando todo el follaje. Si les permitimos comer un poco de más, corremos el riesgo de que se necesite de todo un ciclo anual para que se recupere.

Todos tenemos un monto de energía para dar y comprometerlo, pero tenemos que ser cuidadosos de no agotar nuestras propias reservar vitales para que no lleguemos a estar exhaustos. Lo que tenemos para dar y no damos, se pierde. Lo que no debemos dar y lo damos, nos quita la posibilidad de seguir dando.

El hombre de ciudad se encuentra muchas veces ensimismado en su propio mundo. Además, a través del mundo virtual, la soledad del hombre en los centros urbanos se solapa en la apariencia de tener muchos amigos “inmediatamente” conectados, pero si entendemos a la comunicación como un proceso artesanal… ¡Cuán lejos estamos del otro!

– Hubo un pastor evangélico llamado Dietrich Bonhöfer. Fue quien recuperó la vida monástica para el mundo protestante. Los nazis lo fusilaron antes de acabar la Segunda Guerra Mundial. Pero antes escribió un hermoso libro que tituló: Vivir en comunidad. Allí afirma que el que no sabe vivir solo, que se cuide de los demás. Y el que no sabe vivir en comunidad, que no se arriesgue a estar solo.

Evidentemente, tanto la vida de la ciudad como la del campo tienen sus ventajas y sus riesgos. Es la manera de vivir en cada una de ellas lo que nos permitirá mantener ese lindo equilibro entre soledad y comunión. Aunque evidentemente el ruido no hace bien, ni el bien hace demasiado ruido.

El mundo de la empresa no es ajeno a las dificultades que plantea la modernidad. En las organizaciones se cuenta con abundantes teorías orientadas a la eficiencia y a la optimización de los resultados, pero faltaría una acerca de la felicidad.

– En latín para decir que algo está contenido, se utiliza la palabrita “contentus”. El agua que está en un recipiente está así “contenta”. Acepta los límites, y queda disponible para lo que se la necesite: regar, refrescar, saciar la sed, lavar, etc.

En cambio, a la que se la derrama, y pierde los límites, se le dice “di-vertida”. Ya no sirve para otra cosa. Perdió su capacidad de estar al servicio de los demás.

Desearía que todas nuestras actividades nos permitieran estar contentos, aunque no siempre nos sintamos divertidos. La felicidad tiene que ver más con lo primero que con lo otro. Insisto: el éxito hasta se puede conseguir financiándolo. La gloria solo se conquista.

El cristiano en su rol de dirigente de empresa tiene un desafío aún mayor en la búsqueda de vivir de manera coherente su compromiso de fe cristiana y su vocación empresaria.

– Sin duda: a quien más se le confía, más se le exige. Y estar tironeado por fidelidades múltiples tiene el peligro de descentrarnos de nuestras convicciones. No son las mismas las tentaciones de un ginecólogo que las de un abogado, ni las de un empresario exitoso que las de un obrero sin calificación especial. Pero nadie está eximido de ser una buena persona, sea cristiano o no. Cuando uno muerde una manzana y mira el pedazo que le quedó en la mano, hay algo peor que encontrar un gusano… ¡es encontrar medio gusano!

Peor que un ateo convencido, es un cristiano tibio. Monseñor Manuel Moledo, que fuera el primer asesor doctrinal de ACDE, marcaba siempre la diferencia entre el hombre de empresa y el hombre de presa. Es posible y fascinante vivir la espiritualidad cristiana en la vida personal, familiar y profesional. Al menos intentarlo, decía Juan Pablo II a los jóvenes.

Ud. ha señalado que, frente al actuar de Dios, hay como dos tiempos. Primero, un tiempo de rumia y de intimidad; y luego, otro tiempo de acción y de fidelidad. Nos gustaría pudiera profundizar en este punto…

– La verdad de mi compromiso no depende de la coherencia de vida del que me la transmitió. Depende de la fertilidad de la Palabra de Dios y de la fecundidad de tu corazón. La verdad del maizal no depende de la sembradora, sino del diálogo entre la fertilidad de la tierra y la fecundidad de la semilla, además de la lluvia que viene del cielo. A veces-y todos somos testigo de ello- la persona que nos acompañó y hasta guió en un trayecto de nuestra vida, luego no fue coherente o fiel con aquello que nos trasmitió. Pero eso no quitó verdad a lo que hemos recibido.

Soy testigo de que en mi vida espiritual muchos de los que más me ayudaron, luego descubrí que volaban con un perdigón bajo el ala. Solo entonces descubrí el valor de todo lo que me dieron a pesar de ello. Y así aprendí a ser misericordioso con mis propias miserias. Lo digo en serio, no por falsa agachada.

Mamerto, ¿cómo contagiar la alegría y la esperanza en este deber de cristianizar las cosas?

– En los momentos difíciles me gusta usar proverbios o palabras cortas y decidoras. Por eso, para terminar, les regalo dos que a mí me están sirviendo últimamente:

-Todos los hongos son comestibles…pero algunos una sola vez. No es necesario que nosotros hagamos todas las experiencias. Usemos también la de los demás y saquemos las consecuencias útiles. Si lo sabemos escuchar, nuestro pueblo tiene mucho para enseñarnos.

Dejemos el pesimismo para tiempos mejores. Basta de examen de conciencia. Pasemos al propósito de enmienda.

Con un abrazo fraterno. El humor también es cosa seria.

Sobre el autor

Eduardo Otsubo

Licenciado en Cs. Políticas y en Relaciones Internacionales (UCA). Editor de libros y publicaciones empresarias y especialista en comunicación interna corporativa. Director Agencia Humana. Realizó la Diplomatura en Coaching Espiritual y es coordinador en programas de liderazgo y comunicación.

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