Valores

Redescubriendo el cuidado en un mundo fragmentado

Foto de Miguel Á. Padriñán: https://www.pexels.com/es-es/foto/dos-globos-de-mensaje-blancos-1111368/
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Vivimos en una época donde las relaciones humanas parecen más frágiles que nunca. Este fenómeno está profundamente ligado a la falta de compromiso y al estilo líquido en que interactuamos, donde las conexiones se vuelven transitorias y superficiales. Las relaciones sin compromiso carecen de profundidad y propósito, lo que las condena a ser vacías, insatisfactorias y, en muchos casos, al fracaso. Como resultado, perdemos la vocación de ser cuidadores unos de otros, una cualidad profundamente humana que transforma las relaciones y genera bienestar mutuo.

Una relación sin compromiso es como una planta que no se riega ni se cuida: eventualmente se marchita. El compromiso, en cambio, nos impulsa a cuidar, a amar y a proteger aquello a lo que nos hemos entregado. Este acto de dedicación nos transforma como individuos y da sentido a nuestras relaciones, pues ser “celosos cuidadores” de lo que amamos asegura no solo la estabilidad de nuestras conexiones, sino también nuestra capacidad de crecer y superar los desafíos juntos. Sin embargo, la falta de estos insumos fundamentales para la buena convivencia genera un vacío que a menudo se manifiesta en excesos emocionales violentos.

Un ejemplo de esta dinámica lo encontramos en las actitudes intolerantes que, movidas por el egoísmo y la desconexión, recurren a la violencia para imponer sus intereses. Hace poco, unos amigos compartieron la dificultad que han tenido con un vecino intolerante que no solo ha demostrado violencia verbal, sino que también ha causado daños materiales, cortando arbitrariamente el suministro de energía de su establecimiento. Este tipo de comportamientos reflejan un problema mayor: una ceguera emocional y moral que impide reconocer al otro como un igual digno de cuidado y respeto.

Esta ceguera se asemeja a la metáfora que José Saramago desarrolla en Ensayo sobre la ceguera, donde una epidemia de ceguera blanca simboliza la incapacidad de las personas para ver más allá de sus propios intereses. Al igual que en la obra de Saramago, esta desconexión emocional y social lleva a un colapso moral, dejando a las relaciones humanas al borde del caos. Por otro lado, en Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, el surto de locura que afecta a Macondo refleja cómo la desconexión con los valores fundamentales puede desintegrar la convivencia humana. Ambas narrativas nos recuerdan que el cuidado y el compromiso son esenciales para evitar el colapso de nuestras relaciones y de la sociedad misma.

En medio de esta fragilidad y desconexión, hay personas que viven el cuidado con alegría y propósito. Estas personas no cuidan por obligación, sino por vocación. Movidas por lo que podría llamarse una “pulsión de vida”, dedican su energía a transformar positivamente las vidas de quienes les rodean. Su ejemplo nos enseña que el cuidado no es solo una responsabilidad, sino un acto que enriquece tanto al que da como al que recibe. Sin embargo, para muchos, los recursos emocionales y espirituales necesarios para sostener esta vocación parecen estar ausentes. Aquí es donde entra una dimensión esencial que no podemos ignorar: Dios.

Dios, para quienes tienen una sensibilidad espiritual o religiosa, actúa como un faro. Desde mi lugar de descanso en la playa, observando a lo lejos un faro, esta imagen me llevó a reflexionar sobre cómo Dios nos guía, nos da perspectiva y nos provee todo lo necesario para vivir con plena conexión social y personal. Como un faro, Dios indica la distancia, el lugar y el destino, iluminando nuestro camino incluso en los momentos más oscuros. Él nos recuerda que no estamos solos y que tenemos un propósito mayor: amar, cuidar y construir relaciones significativas.

De Dios provienen los insumos que nos faltan: fuerza para amar, sabiduría para guiar, compasión para cuidar y esperanza para perseverar. En un mundo marcado por la intolerancia, la hostilidad y la desconexión, la conexión con Dios nos permite recuperar nuestra vocación natural de cuidadores. Él nos inspira a ser faros para los demás, iluminando sus vidas con nuestras acciones y reflejando Su amor a través de nuestras relaciones. En este sentido, el compromiso, el cuidado y la fe no son esfuerzos separados, sino un todo integrado que da sentido y profundidad a nuestras vidas.

La fragilidad de las relaciones modernas, el vacío emocional y los excesos violentos son señales de alarma que nos invitan a reflexionar y actuar. Recuperar los valores del compromiso, el cuidado y la conexión espiritual no es solo una solución a nuestras relaciones personales, sino también un camino hacia la transformación de nuestra convivencia social. Al igual que un faro guía a los navegantes hacia un puerto seguro, Dios nos llama a amar con intención, a cuidar con dedicación y a ser luz en un mundo que a menudo parece envuelto en tinieblas.

¿Estamos dispuestos a asumir este compromiso y a dejarnos guiar por esta luz? La respuesta a esta pregunta tiene el potencial de transformar no solo nuestras relaciones, sino también el mundo en el que vivimos. Como cuidadores, no solo estamos llamados a proteger y nutrir nuestras conexiones humanas, sino también a ser reflejo del amor divino, construyendo un mundo donde el respeto, la empatía y la esperanza prevalezcan. Al final, el faro nos muestra el camino, pero depende de nosotros decidir seguirlo.

Sobre el autor

Adriano Marques Santiago

Sacerdote con 15 años de experiencia en el servicio pastoral, especializado en consejería espiritual y comunitaria.Graduado en Filosofia por la Facultade Sao Luiz (Brusque/SC-Brasil) y en Teología por la Facultade Dehoniana (Taubaté/SP-Brasil). Terminando MBA (c) y en Direccion de Empresas por la Universidad Catolica de Uruguay – UCU BUSINESS SCHOOL (Montevideo-URUGUAY)

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4 comentarios

  • Muy claro y oportuno este mensaje, en momentos que quienes conducen emplean vocabularios y terminos que sorprenden y exceden las siempre buenas costumbres aprendidas. Se pueden lograr buenos resultados con palabras que expresen firmeza y decisión si avanzar en lo grosero y considero que desde esta hoja se puede generar un llamado a la reflexión. Detras nuestro hsy un sinnúmero dd jovenes que observan las actitudes y tambien nuestras reaccíones. A ellos nos debemos. Adelante.

    • Jorge Mario, muchas gracias por tu comentario, que aporta una visión reflexiva y necesaria en estos tiempos. Coincido plenamente en que las palabras, cuando son expresadas con firmeza y respeto, tienen un poder transformador mucho mayor que las expresiones groseras o agresivas. Es fundamental recordar que nuestras actitudes y reacciones son constantemente observadas, especialmente por las nuevas generaciones, quienes se nutren de nuestro ejemplo. Desde este espacio, debemos seguir promoviendo valores que edifiquen y generen un cambio positivo. Sigamos adelante con la convicción de que un lenguaje respetuoso y reflexivo puede ser el puente hacia un diálogo más humano y constructivo.