Somos un pueblo, una familia, personas que caminan con un propósito claro en la Cuaresma: alcanzar la conversión y participar de la gloria de la Resurrección de nuestro Señor, y con Él, alcanzar la redención y la salvación. Pero este camino no es fácil. La Cuaresma nos recuerda que la vida es lucha, que la conversión no sucede sin esfuerzo y que todo lo que realmente vale la pena exige sacrificio. Jesús mismo nos muestra este camino cuando es llevado al desierto y enfrenta la tentación.
Los líderes enfrentan sus propios desiertos. Dirigir una empresa o una institución con valores no es solo tomar decisiones estratégicas; es enfrentarse diariamente a pruebas, resistencias y tentaciones que ponen a prueba nuestra fidelidad al propósito. En medio de este desafío, hay algo fundamental que muchas veces olvidamos: Jesús no va al desierto por decisión propia, sino porque es llevado por el Espíritu Santo. Y en todo momento, cuenta con la presencia del Espíritu, el protector que le concede palabras acertadas para cada instante. Esta es una clave que ningún líder puede perder de vista. En el desierto de la vida, en los momentos de crisis, en las decisiones difíciles, siempre podemos contar con la presencia del Espíritu Santo. No estamos solos. Muchas veces nos falta sabiduría, discernimiento, claridad en la toma de decisiones. Pero cuando nos abrimos a Dios, Él nos guía. Un líder que actúa solo, confiando únicamente en su propia capacidad, termina agotado. Un líder que deja espacio para la acción de Dios en su vida, encuentra sentido, dirección y propósito en todo lo que hace.
Jesús pasa cuarenta días sin comer y siente hambre. Es ahí cuando empieza la tentación. La debilidad física abre la puerta a la prueba. Lo mismo nos pasa a nosotros. Las tentaciones no aparecen cuando estamos fuertes, sino cuando sentimos carencias. Cuando estamos cansados, surge la tentación de rendirnos. Cuando nos sentimos inseguros, aparece la tentación de buscar aprobación en el poder o el reconocimiento. Cuando enfrentamos crisis, buscamos soluciones fáciles, aunque impliquen comprometer nuestros valores. Esto nos enseña algo crucial: debemos estar atentos a nuestras fragilidades, porque es allí donde pueden infiltrarse las decisiones equivocadas. La Cuaresma es el tiempo ideal para hacer un ejercicio de vigilancia sobre nuestras motivaciones y prioridades.
Jesús responde a la primera tentación diciendo: “no solo de pan vive el hombre”. Nos recuerda que el alimento que verdaderamente sacia es la Palabra de Dios, que la sabiduría divina es lo que orienta y da sentido a nuestras decisiones. En el liderazgo pasa lo mismo. Un líder que se guía solo por estrategias humanas y deja de lado la dimensión espiritual, pierde de vista el verdadero propósito de su trabajo. No se trata solo de alcanzar metas económicas o institucionales, sino de construir algo con impacto y trascendencia. Sin un propósito claro, el éxito es vacío. La lucha es parte del camino. Jesús enfrentó la tentación de recibir poder sin cruz, pero no cedió. Sabía que el Reino de Dios no se edifica en atajos ni en falsas promesas de gloria inmediata. Hoy, en un mundo donde se busca el éxito rápido y sin sacrificio, muchos líderes caen en la tentación de evitar la lucha, de no incomodar, de no tomar decisiones difíciles. Pero Dios lucha con nosotros, y parte del liderazgo es no temer al esfuerzo.
El contexto actual nos desafía a afrontar otro tipo de pruebas. Vivimos en tiempos de cambios tecnológicos acelerados y, aunque esto puede parecer una amenaza, la innovación también es una oportunidad. La innovación no es un enemigo, sino un llamado a la creatividad y al crecimiento. Un líder cristiano debe estar abierto a la transformación, pero sin perder el propósito ni la ética. La Cuaresma nos invita a despertar el espíritu de esfuerzo constante, sin miedo a enfrentar los cambios con visión y sabiduría. Me acuerdo de una frase que dice: “Los milagros suceden cuando hay lucha, esfuerzo y propósito”. La fidelidad a la misión no significa aferrarse al pasado con temor, sino caminar con inteligencia, discerniendo cada paso para no perder la esencia en medio del cambio.
Hay otra tentación que hoy se hace presente: la tentación de la inteligencia artificial. La IA nos ofrece rapidez, eficiencia y soluciones inmediatas. Pero, si no la integramos con valores y discernimiento, corremos el riesgo de caer en la complacencia, evitando el esfuerzo y la profundidad. La IA puede generar una falsa seguridad, alejarnos del discernimiento y llevarnos a una dependencia donde ya no buscamos la sabiduría divina, sino respuestas automáticas y sin reflexión. Sin embargo, cuando tenemos bien integradas las enseñanzas de Jesús, la IA no es una amenaza, sino una herramienta poderosa. Puede ayudarnos a potenciar nuestro liderazgo, a tomar decisiones más informadas, a mejorar la eficiencia en nuestras organizaciones, siempre que la usemos con ética y propósito.
Sí, hay dolor y hay sufrimiento, pero no son el fin. Uno de los gestos más nobles de la Cuaresma es tener el coraje de seguir a Cristo hasta la cruz. Tente imaginar si Jesús hubiera descendido de la cruz. Muchos podrían pensar que así se habría evitado el sufrimiento, pero estarían equivocados. El dolor y el sufrimiento seguirían existiendo, pero sin sentido. Hoy enfrentamos una cultura que busca evitar cualquier tipo de sacrificio, cualquier renuncia, cualquier esfuerzo. Se buscan atajos, se intenta minimizar el esfuerzo, se quiere éxito sin renuncia. Pero la obediencia de Jesús nos muestra otra verdad: el dolor puede ser redentor cuando tiene sentido y dirección. Si Jesús hubiera cedido a la tentación de evitar la cruz, nos estaría diciendo que la muerte tiene la última palabra, que el sufrimiento es más fuerte que la vida. Pero su entrega nos enseña que la cruz no es el final, sino el paso a la gloria.
Hoy, más que nunca, necesitamos líderes que no se dejen engañar por el espejismo del éxito sin esfuerzo. Liderar con propósito significa asumir el esfuerzo como parte del crecimiento. No todo en la vida será fácil, pero todo lo que vale la pena exige compromiso. Significa aceptar la lucha como parte del camino, sin huir de los momentos de dificultad, sino viéndolos como oportunidades para fortalecer el carácter. Significa dar sentido al sacrificio, entendiendo que Jesús no evitó la cruz y con ello nos enseñó que el dolor puede transformarse en vida.
Por eso, en esta Cuaresma, pregúntate: ¿Estoy liderando desde la superficialidad o desde el propósito? ¿Estoy dispuesto a esforzarme por lo que realmente vale la pena? ¿Acepto la lucha como parte del camino sin buscar atajos fáciles? ¿Estoy dejando que la presencia de Dios guíe mis decisiones? Elige el esfuerzo. Enfrenta la lucha. No pierdas el propósito.
Porque sin esfuerzo, no hay milagros.