Actualidad

Somos todos diversos… hasta la grieta

Santiago Sena - El negocio de La Grieta
Escrito por Santiago Sena
Escuchar artículo

El negocio de la grieta«¿Cuáles son los beneficios de promover el valor de la diversidad?», suelo preguntar a un auditorio generalmente repleto de empresarios al comenzar una sesión sobre ese tema.

Y me dedico a escribir en una enorme pizarra la multitud de motivos por los cuales todos los participantes consideran que la diversidad es un valor fundamental: «Es un pre-requisito de la innovación» – «complementa tus puntos de vista y te alerta sobre tus puntos ciegos» – «te abre a una mirada distinta, y eso es siempre valioso» – «se trata de corregir injusticias estructurales que inhibieron a (llenar con el colectivo que cada uno deseé: las mujeres, las personas discapacitadas, la población trans, los inmigrantes, etc.) de crecer en la escalera organizacional» – «si no lo hacés, corrés el riesgo de perder talento» – «no entiendo cómo alguien puede dudar de esto en el siglo XXI» – etc. 

Inmediatamente después, casi envalentonándolos, les pido que describan cómo gestionan la diversidad en sus empresas y organizaciones. Todo el mundo tiene algo para decir. Ya sea que trabajan coherente y concienzudamente para lograr integración o equidad, ya sea que se trate de rainbow-washing, la norma es que todos intervengan y cuenten cosas.

En este punto de la sesión suele ser indiscutible que la diversidad es algo valioso. Algunas veces se dan debates complementarios (todos muy interesantes) en relación al mérito, la meritocracia, la justicia o la discriminación positiva. Pero, al final, con matices y con diferentes grados, nadie se opone a considerar que la diversidad es un valor deseable.

Y ahora viene lo difícil. Uso una presentación donde aparecen 10 frases y les pido a los empresarios que puntúen del 1 al 5 su grado de acuerdo con lo expresado. «Listo», dice alguno que completa más rápido. A los 3 minutos, revelo quién es el autor de cada una de las frases… y aquí se arma el lío. Las frases son de personajes tan disímiles como el Papa Francisco, Pepe Mujica, Cristina Kirchner, Mauricio Macri, el Manifiesto de Davos, el colectivo NiUnaMenos o BlackLivesMatter, entre otros. Y, en un parpadeo, mucha gente se encuentra a sí misma estando de acuerdo con alguien que está en las antípodas de su pensamiento político, social o religioso.

Al lado del grado de acuerdo, les pido que escriban qué emoción les genera saber que esa persona dijo esa frase. El mecanismo es ponerlo en duda o negarlo: «es un/a hipócrita» – «los dice para la tribuna» – «¿está chequeado que dijo eso? ¿En qué contexto?» – «no puede ser, ¡qué bronca!».

Nos da bronca.

No les creemos.

Decimos que es imposible o que es mentira.

En este momento, los confronto con el pizarrón. El mismo pizarrón que escribimos aburridamente al comienzo, escribiendo sobre lo obvio. Si realmente la diversidad es un valor, ¿por qué nos cuesta tanto construir un país en común con quienes piensan sinceramente diferente? El fenómeno es tan argentino como chileno, peruano, colombiano, español, estadounidense, inglés o mejicano. Mientras defendemos la diversidad intra-organizacional, nuestras sociedades son cada vez menos pluralistas y más polarizadas. «Estás mezclando cosas diferentes», afirma algún rebelde que queda en solitario.

Es que no son cosas diferentes.

Porque todos somos diversos con la cabeza. El problema es que nos cuesta ser diversos con el estómago. Y el tablero donde se define este juego está más en el pecho y en la panza que en la cabeza.

¡Qué fácil era ser integrador y diverso con aquel que es diferente a mí en un tema que no me afecta! La discusión, la de verdad, pasa por ser consecuentes entre lo que decimos y lo que vivimos. Y ahí, señoras y señores, ahí se ven los pingos: en la capacidad de valorar verdaderamente la diferencia.

Un directivo sesgado por la grieta es un peor directivo porque tiene un punto ciego (muy) grande que lo puede inhibir de tomar buenas decisiones, que es el corazón de su profesión y del arte de la tarea directiva.

El primer paso es tomar conciencia. Ya veremos cómo hacer para gestionar las emociones y romper los sesgos cognitivos que nos impiden aplicar lo que pensamos con la cabeza a lo que sentimos con el pecho.

Sobre el autor

Santiago Sena

Lic. en Filosofía (UCA) y PhD en Dirección de Empresas. Es profesor en el IEEM, Escuela de Negocios de la Universidad de Montevideo

Responder a Eduardo Cazenave X

2 comentarios