Actualidad

En perspectiva … ¿Milei?

Escrito por Roberto Estévez
Escuchar artículo

Vivimos en un mundo único de diferentes civilizaciones. En nuestra esfera euroamericana, todavía se ve el mundo como cuando -al finalizar la primera guerra mundial-, nuestra cultura eclipsaba más del 80% de la tierra habitada, y creemos que pensamos igual porque vemos en una urbe globalizada un local de Mac Donald.

Esa visión distorsionada, no solo dificulta ver los procesos en otras civilizaciones, sino también en la propia. Durante el último siglo, somos parte de una crisis de sentido de la civilización euroamericana, El fin del Renacimiento, como lo tituló Julien Freund (1981).

La “sagrada” pretensión de una sociedad científica, un antropocentrismo cerrado a toda trascendencia se expone al riesgo de una nueva opresión, sutil y temible. El cesarismo es histórico en nuestra civilización, pero en diversos lugares se han abierto los procesos para transitar del populismo al autoritarismo, y de la violencia en el ejercicio del poder autoritario, a la tecnología del Estado totalitario.

La orientación de la historia del siglo XX puede ser sintetizada en el aforismo de Simone Weil: “no es la religión, sino la revolución el opio de los pueblos .(1)

La vuelta de la desigualdad

Como temía Eric Blair (George Orwell, 1984), las democracias euroamericanas, en su lucha contra los totalitarismos incorporaron los mecanismos represivos de los estados totalitarios del siglo XX. Luego de la devaluación pragmática de los principios liberales republicanos, que venían como sustrato subyacente de las democracias euroamericana, el neocesarismo de los populismos reinantes, realiza el graffiti del mayo del 68 francés: elecciones, trampa para idiotas (elections, piège à cons).

Desde la década de los ochenta el modelo de capitalismo casino (consuma ahora y que lo pague la siguiente generación) y cultura antagónica de masas (estrato no creativo que crece en la mera contestación crítica de lo existente) se fue extendiendo de su núcleo europeo y norteamericano al resto de esa civilización, sin que el paréntesis Thatcher-Reagan (1979-1990) verdaderamente lo afectaran.

En la deconstrucción del hombre, y la superación del hombre, creció la comprensión del sujeto como esencialmente desigual. Los modernos se empeñaron en manifestar la radical igualdad de todos los seres humanos, frente al antiguo régimen. Hoy están en marcha múltiples proyectos ideológicos, que, bajo excusa de las desigualdades relativas, van sugiriendo una comprensión de la realidad humana, que se dice diversa, pero en el fondo es trans-igualdad; lo que poco a poco va justificando nuevas exclusiones ejercidas sobre grupos humanos.

No se sale de la lógica de exclusión, sino que se cambia el motivo de exclusión; de modo que sexo, color de la piel, origen étnico, nivel educativo, lugares de su educación, rentabilidad económica, salud, nacionalidad, pensamiento, religión… siguen siendo así factores de exclusión social que crecen para justificar la lucha por el poder de elites, con multitud de conductas impositivas y violentas(2).

Puede observarse históricamente cómo la cosificación, deshumanización verbal del adversario, suele preceder y crear las condiciones de legitimación de su eliminación física. Los nazis llamaban “ratas y cerdos” a los judíos. Los comunistas soviéticos llamaban “hienas” a los disidentes… A las protestas del embajador español superviviente tras el asalto a la embajada española en Guatemala en el que murió tanta gente, se le respondió: No eran gente, eran indios(3). La violencia es el resultado de la descalificación del otro (el diferente), antes en la mente y en el lenguaje que en el universo físico. 

Esto se ha extendido al crimen mental anunciado por Orwell, presente en la legislación común que prohíbe tales o cuales palabras, porque presumen –sin que valga prueba en contrario- que exteriorizan tales o cuales pensamientos. Llevando la situación civil al nivel del pecado de pensamiento, teológica moral.

¿Del hombre crítico al individuo irrelevante?

Una minuciosa investigación “contracultural” sobre todo lo que condiciona la libertad (como si la impidiera), trasvasada a una marea educativa iconoclasta arrastró la historia, y con ella las experiencias humanas extraordinarias, pero muy frecuentes, de la activa y cotidiana libertad de todos aquellos que se plantan diariamente sobre su dignidad para no ser arrastrados.

Salidos del héroe griego y el santo cristiano, los próceres de la ilustración también fueron deconstruidos, pero como todo en el hombre es cultural y natural a la vez, la deconstrucción cultural se topa así con el límite de lo humano, el vacío de la negación de la libertad humana es llenado por el superhéroe.

El desenvolvimiento de los medios digitales se fue sesgando a un dominio por la emoción (pathos), y al estar conectados mediante multitud de redes sociales a través de los smartphones que llevamos en el bolsillo generamos una cantidad de datos inimaginable sobre lo que nos mueve, con los que los algoritmos potencian lo que podría movernos en una dirección preestablecida.

Hemos encerrado nuestra libertad en una coraza estrecha: producto desde el punto de vista económico, y sujeto de control social desde el punto de vista político.

Naturaleza diversa o etapas de desarrollo

Jeane Kirkpatrick, asesora en política exterior de Ronald Reagan candidato, y luego primera embajadora en las Naciones Unidas, distinguía entre los regímenes autoritarios tradicionales de América Latina, y los vinculados al totalitarismo soviético, a los que llamaba autocracias revolucionarias.

Sin embargo, un estudio atento de la catástrofe de los estados totalitarios en la primera mitad del siglo XX permite observar que antes fueron regímenes autoritarios, que comenzaron como movimientos populistas, a partir de condiciones sociales de insatisfacción profunda, que favorecían su proliferación.

En una profunda crisis de sentido, con su consecuente desorientación e inseguridad, nuestras sociedades presentan como accesibles, mediante el consumo, modelos de vida que no son generalizables sin destruir el planeta(4), y nuestros estados los prometen periódicamente en cada campaña electoral.

En The Wall, Pink dice Tengo una fuerte necesidad de volar, pero no tengo a dónde volar. La insatisfacción que inevitablemente resulta favorece a los actuales populismos, liderazgos elitistas que potencian las burbujas de masificación del pueblo. Como ya lo vio Eric Voegelin, al hablar de Las religiones políticas (1938), en su análisis del stalinismo, fascismo y nacional socialismo, la cuestión de izquierda y derecha es meramente oportunista con relación a la vía de acceso, de lo que mejor conecta con la desorientación social, y una elite revolucionaria disponible.

Desde su “superioridad” ideológica, aprovechan los sentimientos de inferioridad y baja autoestima, tan extendidos en la soledad imperante, volviendo arbitrarios los sentimientos para desintegrarlos de la razón(5).

Así en todo populismo, corre la posibilidad de volverse autoritario, en la medida que pueda desmontar los mecanismos republicanos, y por la disposición tecnológica de control social, refuerce la posibilidad del Estado de llegar a ser totalitario.

Referencias

1)  Todo intento de hacer desaparecer el templo, el palacio y el mercado, o de subsumir uno en otro, son “segundas realidades” ideológicas de imposible estabilidad, ya que, desde Sumeria a esta parte, nuestra civilización se caracteriza por la existencia concomitante de las tres instituciones públicas.

2)  ETHOS Y ACTUALIDAD: La crisis del poder, Publicado en la Revista CRITERIO, Nro. 2495 de enero-febrero de 2023. Continua las reflexiones de CULTURA, VALOR DE LA CULTURA Y CRISIS DE LA CULTURA, en The Call to Justice The Legacy of Gaudium et spes 40 Years Later, Ciudad del Vaticano, 2005

3)  Jesús María Alemany, Mecanismos de justificación de la violencia y cultura de la paz, Revista de Fomento Social 219 (2000), p. 422

4) En todos los tiempos y culturas de nuestra civilización, el centro de la vida social ha incluido el palacio (o ágora), el templo y el mercado, como ámbitos de respuesta a múltiples dimensiones humanas, entre ellas la que llamamos lo público. Es fácil ver casos históricos del mercado integrado a lo trascendente de lo político y lo religiosos, pero el mercado actual es desintegrado, no es un lugar de encuentro, que hace a lo público y a lo trascendente, sino a la publicidad de lo intrascendente, la felicidad como objeto de consumo.

5) Cosmovisión actual – Gnosis en el sentido de la historia, Revista CRITERIO, Nro. 2499 de junio de 2023

Sobre el autor

Roberto Estévez

Profesor titular ordinario de filosofía política FCS–UCA
Licenciado en Ciencias Políticas, Abogado, Master en Dirección de Empresas y Doctor en Ciencia Política. Autor de diversos libros.

Deje su opinión