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Alienación y empresa moderna: paradojas del “Experimento Zapallar”

Escrito por Álvaro Perpere
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(El siguiente texto es una versión reducida de un artículo presentado en la revista Cultura Económica, “Capitalismo, alienación y bienestar. De la revolución industrial a la uberización de la vida económica”, XLI, 106, diciembre 2023, pp. 89-103)

Introducción

La génesis y el desarrollo de la empresa moderna ha estado asociado, entre otros conceptos, al de la división del trabajo. Introducido por Adam Smith en 1776, utilizando el célebre ejemplo de la producción de alfileres, el escocés demostró que, si un mismo oficio era dividido en múltiples tareas, sencillas y fáciles de hacer, se lograba un aumento exponencial en la cantidad de bienes producidos. El año pasado se cumplieron trecientos años del nacimiento de Smith, y este aniversario es quizás una buena razón para revisar qué valor damos hoy a esta idea de la división del trabajo, y qué desafíos nos presenta a nivel económico, pero, sobre todo, a nivel social.

En general, y a riesgo de ser algo simplista, hay dos visiones muy diferentes acerca de las ventajas y problemas que trae (y seguramente, seguirá trayendo por muchos años más) la división del trabajo. La primera visión es la que señaló el propio Smith. Si uno revisa La Riqueza de las Naciones, uno encuentra que Smith menciona una serie de lo que podemos llamar ventajas económicas: ellas son, por ejemplo, el mencionado aumento de la cantidad de bienes producidos, las bajas de costos, la especialización, etc. Pero la principal ventaja que señala es que, gracias a la división del trabajo, la gente más sencilla de una sociedad puede vivir, comparativamente, mejor. En otras palabras, dice Smith que allí donde hay división del trabajo y especialización, la gente más humilde accede a bienes y servicios a los que no alcanzaría de ninguna otra manera si no se implementara este sistema[i].

Al mismo tiempo, Smith reconoce que la división del trabajo tiene, sin embargo, clara desventajas si se analiza el aspecto social o psicológico que implica para el trabajador. Por ejemplo, el escocés señala que las personas que cotidianamente tienen que realizar tareas repetitivas y aburridas harán lo imposible por huir de estas actividades, o también, que esto tiene la desagradable consecuencia de embrutecer a las personas, en la medida en que, si no se intenta algo alternativo, su mente termina adormecida por este reiterado, mecánico y aburrido proceso de repetición.

Reconocidas las ventajas económicas, pero también las desventajas sociales o psicológicas, Smith, sin embargo, no tiene dudas. Aun cuando no es el sistema perfecto, la división del trabajo, y en general, una sociedad que se configura económicamente en torno a la división del trabajo es mejor que una sociedad que no lo ha hecho.

La posición contraria a la de Adam Smith fue sostenida por Karl Marx. Esto se puede ver, por ejemplo, en sus Manuscritos de Economía y Filosofía. A pesar de lo que se suele pensar, Marx reconoce que la división del trabajo ha traído crecimiento económico y que, si se mira el problema desde esa perspectiva, esta forma de organizar la sociedad ha generado un aumento de la riqueza. Pero la diferencia aparece ante el hecho de que, para Marx, el costo social o psicológico es muy superior al descripto por el escocés. Para Marx, el trabajador que vive toda su vida laboral dentro de esta forma de organización termina totalmente alienado y embrutecido. Su humanidad queda reducida a la nada y, en cambio, se vuelve una especie de animal[ii].

Dicho esto, para él, a diferencia de lo que pensaba Smith, la división del trabajo es una forma de organización que traerá consigo su propia destrucción. Claramente, esto no será instantáneo, sino un largo proceso. Los trabajadores, aburridos y alienados, irán solicitando cambios a sus empleadores. Lo que ellos anhelan en verdad es recuperar cierta humanidad, pero los empleadores lo único que podrán ofrecerles son mejores condiciones materiales y/o laborales, pero todas ellas siempre dentro de esta forma de organización. Llegará un momento, dice el alemán, que ya no podrán ofrecer más pues perderían el mínimo de rentabilidad. Y ello hará que los trabajadores, hartos, inicien la revolución.

Miradas ambas posiciones desde nuestro tiempo, está claro que la revolución no se ha dado y que todo indica que no sucederá por mucho tiempo. Sin embargo, es posible preguntarnos si la crítica de Marx (que no es otra cosa que una exacerbación de los aspectos negativos de la división del trabajo reconocidos por el propio Smith) no tiene algo de verdad. Para abordar el tema, y facilitar la cuestión al lector contemporáneo, diseñé hace unos años, inspirado en Nozick, un “experimento mental”. Lo presenté por primera vez en Chile, en Zapallar, y de ahí que, desde entonces, ha sido bautizado como “Experimento Zapallar”. Como todo experimento mental, no se busca con él ninguna respuesta correcta o acertada, sino solamente tratar de hacer evidente lo problemático de la situación.

El Experimento Zapallar y la división del trabajo

El ejercicio propuesto es el siguiente:

Imaginemos que una persona se nos aparece y nos hace, espontáneamente, una oferta laboral. El trabajo que nos ofrece es el de realizar diariamente una tarea extremadamente mecánica y repetitiva. Por ejemplo, nos ofrece un empleo que consiste en martillar incesantemente y a un ritmo medianamente sostenido y repetitivo, un clavo. Este clavo estaría puesto de tal modo que no terminaría nunca de entrar en su destino, siendo por lo tanto nuestra tarea un permanente e incesante martillar. La propuesta laboral acepta como un hecho que se cumplirán todas las leyes laborales vigentes: se respetará a rajatabla el horario laboral, los descansos obligatorios y la pausa reglamentaria para comer. Hay también vacaciones pagas e incluso un excelente seguro de salud y de jubilación. Y a todo ello se suma el hecho de que el salario ofrecido es exorbitantemente alto. Por poner una cifra, digamos que se nos ofrece la suma de doce millones de dólares al año (a razón de un millón de dólares por mes, todo libre de impuestos).

La aceptación de la oferta implica, sin embargo, aceptar un requisito muy particular e ineludible.  Una vez que se toma el empleo, no es posible renunciar al mismo. En otras palabras, una vez que se consiente iniciar el vínculo laboral, la persona deberá realizar esta tarea repetitiva y mecánica uno y otro día hasta llegar a la edad jubilatoria. Dicho de otro modo, desde el momento en que uno acepta el trabajo (si lo acepta), y hasta el fin de su vida laboral, su tarea cotidiana será la de clavar incesantemente un clavo que nunca ingresa del todo. La paga por esta rutina monótona e interminable será, como se dijo, la nada despreciable suma de un millón de dólares por mes.

La pregunta que se le plantea a quién lee esto es: 1) ¿aceptaría usted este trabajo? Y, sobre todo, 2) ¿lo hubiese aceptado al iniciar su vida laboral adulta?

El trabajo aquí descripto no es otra cosa que una especie de tarea de mecanización absoluta y sin sentido. Supone llevar la tarea de la fabricación de alfileres del modo en que fue descripta por Smith, a un nivel extremo. La contracara de esta mecanización es la existencia de un salario realmente alto, que le permitiría a esa persona vivir, al salir de su trabajo, una vida llena de lujos y placeres. En otras palabras, en sus ratos libres, es decir, fuera del horario laboral, y en los días de descanso, su nivel de ingresos le permitirá gozar de la posibilidad de disfrutar de los mayores lujos, sean estos materiales o culturales. En su tiempo de trabajo, sin embargo, deberá ceñirse a esta perpetua repetición monótona y sin sentido.

En mi opinión, la respuesta que se da al “experimento Zapallar” manifiesta el valor que cada uno da a la relación entre alienación y división del trabajo. Aquellas personas que tengan una visión de la vida, y, sobre todo, de la vida laboral, cercana a Smith, sin duda considerarían lo más razonable aceptar la oferta. Después de todo, sería la posibilidad de cumplir acabadamente la propuesta del escocés: mecanización laboral a cambio de mayor acceso al bienestar en el tiempo libre. Y, de hecho, la gran mayoría de los trabajos surgidos dentro de la organización económica moderna son repetitivos, monótonos y rutinarios, y son usualmente aceptados por salarios muchos menores que el aquí ofrecido.

Sin embargo, en este tiempo he encontrado que mucha gente responde a la pregunta diciendo que no aceptaría el trabajo, o que reconociendo que, aunque actualmente lo aceptaría no lo hubiese aceptado al comenzar su vida laboral adulta. A mi juicio esto muestra que la crítica marxista tiene un fundamento más fuerte que el que parece. En efecto, en la medida en que hay personas que no están dispuestas a entregar su vida laboral a esa inhumana mecanización, incluso con la promesa de un salario de esa magnitud, muestra que en su fuero íntimo mucha gente quisiera, al menos idealmente, que su vida laboral fuera algo más que una mera repetición mecánica de operaciones destinada a obtener un sustento, por más suculento que fuera el dinero recibido. Aun cuando el salario les permitiría no solamente cubrir las necesidades básicas, sino que les daría también la posibilidad de disfrutar de algún goce o placer, incluso de muchos goces y placeres, esto no parece ser suficiente razón para aceptar. Quien considera como razonable rechazar esta oferta implícitamente está señalando que a su juicio la vida laboral no encuentra su sentido solamente en el resultado externo que da lo producido, sino también en el hecho mismo de producirlo, es decir, en la vivencia personal y cotidiana de trabajar. Para quien no acepta la propuesta el trabajo no es solamente el medio por el que se gana la vida, sino también y al mismo tiempo, un espacio de realización personal. En estos casos en que se responde negativamente a la propuesta del experimento Zapallar, sin embargo, la mayor paradoja se da ante el hecho de que, aun cuando planteado este experimento abstracto dicen rechazar la mecanización y la monotonía laboral, y no aceptan la propuesta, curiosamente sí lo hacen en el mundo concreto, al insertarse sin grandes cuestionamientos en la vida económica contemporánea. En efecto, esta está usualmente regulada por la división del trabajo. Aunque cuestionado por el experimento Zapallar, si se observa a la vida misma, Smith parece salir nuevamente victorioso. La mayoría de las personas aceptan y viven gracias a este tipo de trabajos. Con sus luces y sus sombras, quizás esta forma de organización económica sea, al menos por ahora, la mejor tengamos. A menos que la llamada uberización represente un desafío no previsto.

 

[i][i] Es clásico el caso señalado al comienzo de la misma obra, donde Smith señala que gracias a la introducción de la división del trabajo “las comodidades de un príncipe europeo no siempre superan tanto a las de un campesino laborioso y frugal, como las de éste superan a las de muchos reyes africanos, que son los amos absolutos de las vidas y libertades de diez mil salvajes desnudos” (RN, L. 1, c. 1).

[ii] En los Manuscritos, Marx dice que “De esto resulta que el hombre (el trabajador) sólo se siente libre en sus funciones animales, en el comer, beber, engendrar, y todo lo más en aquello que toca a la habitación y al atavío, y en cambio en sus funciones humanas se siente como animal. Lo animal se convierte en lo humano y lo humano en lo animal. Comer, beber y engendrar, etc., son realmente también auténticas funciones humanas. Pero en la abstracción que las separa del ámbito restante de la actividad humana y las convierte en un único y último son animales” (Manuscritos, p. 117)

Sobre el autor

Álvaro Perpere

Licenciado en Filosofía (UCA), Máster en Economía y Ciencias Políticas (ESEADE) y Doctor en Filosofía (Universidad de Navarra, España). Profesor en la UCA y en UCEMA.

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