Como todos los años, el verano me permite retomar la lectura, algún consumo televisivo y me ofrece la pausa como para el ejercicio crítico, particularmente sobre dos películas y un libro: La Sociedad de la Nieve; Éxodo: reyes y dioses, y El General Justo.
Pero la cuestión cinematográfica fue la que motivó mi desvelo y que produjo este texto, porque tiene notas muy similares entre sí que llamaron mi atención.
En primer término, la duración. Dos horas y media es una medida que excede normalmente tiempo que dispongo para ver TV y pone de manifiesto dos cosas: que está dirigida a un público que brinda prioridad a ese consumo por sobre otras actividades y que no está pensada para mí; de hecho, parece estar confeccionada sobre otra base cultural en la cual el fenómeno religioso es algo extraño a la vida cotidiana y merece una explicación lo más taxativa posible.
En el caso de los accidentados en la cordillera, esa tarea es interpretada por uno de los moribundos que en un parlamento manifiesta las diferentes creencias que se registraban en el grupo; todos eran cristianos, pero algunos no atribuyen la supervivencia a un milagro sobrenatural mientras que otros no creen que haya sido posible para esos chicos cruzar los Andes de la manera en que lo hicieron.
Según surge de los artículos y entrevistas alusivas que pude leer, el guion intenta respetar al máximo el deseo de los sobrevivientes y de sus familiares. Pero es en los detalles de época en donde se producen las libertades creativas en las que se percibe la transacción con el espectador y la búsqueda de su consentimiento, la credibilidad. Es entonces que la verosimilitud reemplaza a la verdad.
Es como si el espectador sólo lograra emociones mediante códigos actuales. No se le ofrece la oportunidad de preguntarse por qué esa gente era distinta a la que conoce ni qué cosas han cambiado. Censura la historia. Para el cine contemporáneo, no hay diferencias antropológicas según las épocas; los consumos, los hábitos, los vicios y las virtudes, siempre tienen que los mismos.
Pero, sin ir más lejos, la relación entre padre e hijos no es la misma en este siglo que hacia fines del siglo XX; tampoco las relaciones conyugales, el sexo ni el consumo gastronómico. Si no podemos percibir esas diferencias, no tiene sentido ir a la historia. Si la historia no sirve para iluminar el presente, ¿para qué sirve? ¿para obtener más historias que contar en formato audiovisual?
Este filtro es mucho más perceptible en la versión libre que Ridley Scott -el director, entre otras cosas, del Napoleón cuestionado por quienes lo han estudiado- hace del Pentateuco, el libro que contiene el Éxodo dentro de la Biblia.
No tiene sentido hacer una exégesis fílmica porque las inexactitudes son evidentes para quienes conocen el texto bíblico. Sin embargo, lo que más me molestó es la interpretación caprichosa de Moisés. Porque intenta humanizarlo tanto que lo desfigura; es imposible reconocerlo en el personaje que encarna Christian Bale.
Hay algo en estas producciones que trasciende el lenguaje audiovisual: la necesidad de contar con la venia del consumidor. Si el mensaje no es creíble, retoquémoslo un poco a ver si le gusta; y si la historia termina siendo otra no pareciera ser grave, porque lo peor sería que no se consumiera.
Es algo parecido a lo que se registra en el mundo periodístico: la nota se volvió una historia y su narración, entretenimiento.
Mientras craneaba estas cosas en mi desvelo sonaba The Logical Song, de Supertramp.
Termino este posteo con un breve elogio al libro que terminé por estos días sobre el presidente Agustín P. Justo, de Rosendo Fraga, cuya lectura me recomendó Marcos Lohlé, y que es todo lo opuesto a lo antedicho: un libro documentado y que se sujeta a los acontecimientos; que intenta comprender las razones y motivos del general para explicar sus decisiones.
Leerlo me permitió conocer un período de la historia argentina muy poco conocido y tapado bajo el estigma de «década infame», sin el cual es imposible comprender a Juan Perón y al Estado de Bienestar que rigió en la Argentina y en el mundo hasta estos últimos días. Hay un mundo de sucesos y personajes que han quedado injustamente silenciados.
Además, en la década del 30 se incuban los nacionalismos que colisionan con los republicanos y que deriva en la Segunda Guerra Mundial, a mediados de la centuria pasada.
Para más, en el collage que ilustra esta nota se puede ver la primera visita de un presidente norteamericano a nuestro país, Theodore Roosevelt, junto al General Justo y que señala el camino que nuestro país abandonó poco después.
Excelentes tus reflexiones Hernán.
Muy útiles para comprender un poco más la realidad de nuestros días.