“Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Mateo 2, 16-19).
El Papa Francisco nos escribió recientemente la carta apostólica “Admirabile Signum” sobre el significado y el valor del Belén. Al hablar del más hermoso escenario de la historia, el Papa inicia sus palabras diciendo: “El hermoso signo del pesebre, tan estimado por el pueblo cristiano, causa siempre asombro y admiración”. Por momentos pareciera que los argentinos hemos perdido estas capacidades. Las frustraciones repetidas que nos han generado el tener una sociedad donde muchos viven en la pobreza, donde se sostienen mentiras sin ningún pudor y donde muchos actos de corrupción permanecen impunes, nos han robado esa dimensión.
Si buscamos recuperar el camino correcto, el pesebre nos acercará una novedad capaz de devolvernos la esperanza y el contemplar las humildes imágenes del nacimiento del Niño Dios puede ser una buena elección.
Francisco dice del pesebre: “Es como un Evangelio vivo”. Tal vez no haya mejor lugar para hallar un modo de disponer nuestra propia escenografía, esa que Dios nos propone armar como sociedad para ir alcanzando una realidad más luminosa que nos anime y nos enorgullezca.
Basta muy poco para armar un pesebre. Los elementos que sumemos a lo esencial podrán adornar y embellecer pero nunca serán lo importante. Si se pierde la simpleza y claridad se corre el riesgo de esconder lo verdaderamente clave. El centro es el Niño Dios. La pregunta será cuál es el centro de nuestro ser Nación. Todos y cada uno necesitamos recuperar lo esencial a esa respuesta, en conjunto y desde el propio lugar. Ser libres y soberanos, para poder vivir en bienestar y unión, compartiendo los mejores valores y transmitiéndoselos a las nuevas generaciones.
Un pesebre no es más que un lugar de cobijo para animales. Ese escenario se hizo centro de la historia por quienes lo habitaron. Un lugar cambia a partir de la transformación de las personas. Cuando un buey y un asno cedieron lugar a la familia de Nazaret, cuando María asumió la misión encomendada por el Ángel y José dejó sus “peros” para acompañarla y cuidarla, cuando unos magos de Oriente se transformaron en peregrinos que dejándolo todo salieron en busca del Mesías del Pueblo de Dios, cuando unos rústicos pastores de mala fama se transformaron en adoradores del Salvador, el pesebre se transformó en un lugar digno para que naciera aquel que trae la Luz al mundo.
Por eso cada actor del pesebre debe guardar su lugar, respetando el de otro. Para que pueda verse la riqueza de todos los personajes sus figuras no se enciman ni se esconden y su aporte siempre habrá de estar enfocado al Centro del todo.
En nuestra sociedad la escenografía del pasado diciembre en la que hoy seguimos sumergidos fue montada, como todos los años, en vísperas de la navidad. Como cada año abundó el rojo, las lucecitas titilantes, los arbolitos de Navidad, los “Papá Noel”. A la espera del nacimiento del Salvador, o más probablemente de las ventas navideñas, todo fue temprana, cuidadosa y concienzudamentepreparado. Es una pena que esta capacidad de previsión y disposición de todo lo necesario para alcanzar un logro no siempre se replique en otros ámbitos de nuestra vida.
Sucede con nuestra querida nación donde las metas varían continuamente y los procesos no son sostenidos. Desde la incertidumbre, muchos tratan hoy de vislumbrar los escenarios más probables para los años venideros en lo político, económico, jurídico. Nos inquieta el no saber cómo se irá conformando ese marco tan determinante para el bienestar de cada uno de nosotros, nuestras familias, empresas y toda la gente.La escenografía volverá a armarse una vez más. Vivir una vez más esta circunstancia,nos hace sentir desorientados.
Existe un escenario en particular del que se oye hablar muy poco y que al parecer no desvela demasiado al conjunto social. Es el escenario que hace a lo espiritual y a lo moral, el que describe los valores y desvalores que rigen nuestras decisiones personales y grupales, nuestras virtudes y vicios que guían nuestro devenirtanto como individuos como también en sociedad. Pudiera ser que este ámbito tenga la capacidad de revelarnos, más que ningún otro,lo que podemos esperar para nuestro caminar futuro como pueblo y ser mucho más determinante para construir la Argentina que cualquiera de los demás que tanto nos quitan el sueño.
Al imaginar este escenario en particular, pensamos en cuál será la moralidad de los actos de nuestros gobernantes y líderes. Es que un pueblo necesita dirigentes apegados a los valores más profundos del conjunto de la sociedad y coherentesen su vida con cada uno de ellos. No debieran ser deseos utópicos contar con políticos que digan la verdad y gobiernen para el bien de todos los ciudadanos, con jueces que sean justos, con sindicalistas y líderes sociales ocupados fundamentalmente en buscar el bien de aquellos a quienes representan, con empresarios que generen bienes y servicios reales y los hagan, dentro de lo posible, accesibles a la mayor cantidad de gente.
En ese escenario ideal, a una nación le será imprescindible que quienes detentan puestos de decisión busquen el diálogo y la construcción de una unidad que acepte la diversidad y sea gestora de paz, desde el respeto y la valoración del otro, especialmente de quienes más sufren o han quedado dejados de lado para poder reincorporarlos al mínimo bienestar y ser tratados dignamente.
Cada pueblo refleja sus valores en sus líderes. Si quiere gobernantes que más allá de ser ídolos para sus partidos sean estadistas para la Nación, próceres de su historia, tal vez necesite comenzar por revisar su propia moralidad. Necesitamos convertirnos en un pueblo honesto, donde los ciudadanos se enorgullezcan de discernir la verdad sin ceder ante la ideología, que sostenga la justicia sin importar a quién beneficia o perjudica,que exija el respeto a cada persona más allá de su amistad; así seremos el pueblo que merezca buenos gobernantes.
Si demandamos esa coherencia, quienes lideran los ámbitos de las empresas, también han de revisar en primer lugar, sus propios principios. Aunque siempre es injusto generalizar y hay casos que son motivo de orgullo, no hace falta aclarar que hay numerosos ejemplos que nos avergüenzan.
Como empresariado a la altura de estos tiempos que nos tocan necesitaremos revisar continuamente nuestro compromiso con el bienestar de los trabajadores, nuestra preocupación por mejorar la sociedad y brindarle un verdadero servicio, nuestra solidaridad, nuestra austeridad.
La Argentina se asoma a un nuevo escenario. Inspirándonos en el pesebre e intentemos que el Niño Jesus sea el centro y cada uno de nosotros ocupe con sencillez y humildad el lugar que nos corresponde a su alrededor.