Los sabios de todas las grandes culturas han conocido el peligro del poder y han hablado de su sometimiento. Su enseñanza más alta es la de la moderación y la justicia. El poder induce al orgullo y al desprecio del derecho”.
Más oportuna que nunca parece esta sentencia de Romano Guardini en su gran obra El Poder.
Como sociedad estamos enfrentando la situación más crítica quizás de nuestra historia como nación independiente: una economía que no despega junto a una indomable inflación que conducen cada día más habitantes a la cruda realidad de la pobreza e indigencia, y el vertiginoso avance de la pandemia llevando a niveles de contagios y decesos que ponen a nuestro país entre las poblaciones más afectadas. Y frente a este panorama las autoridades y funcionarios se hallan embarcados en una lucha por el poder cada vez más alejada de la moderación y la justicia
El ciudadano asiste con una mezcla de desconcierto e incredulidad esta contienda, pero sin la pasión de una auténtica competencia sana y deportiva sino con la fatiga y la desazón de sentirse cada vez más sólo y abandonado a su suerte para enfrentar la embestida del hambre y la peste, dos de los cuatro jinetes de la Apocalipsis nada menos.
¿Qué hay detrás de esta lucha por el poder? se pregunta el hombre de la calle sin hallar sólidas respuestas en un contexto donde el periodismo también parece ir perdiendo su independencia sometiéndose a los arbitrios de cada una de las partes en disputa. ¿Diferencias ideológicas? ¿Necesidades de impunidad legal? ¿Negocios? ¿Cobardía humana?
“En el sentido cristiano, la humildad es una virtud de fuerza, no de debilidad. En su sentido originario, humilde es el fuerte, el magnánimo, el audaz.” seguimos leyendo en Guardini buscando la luz que no hallamos en la realidad cotidiana. En una sociedad democrática los ciudadanos delegamos el poder a nuestras autoridades, el pueblo no gobierna si no es a través de las autoridades” reza nuestra Constitución. Pero ¿qué pasa cuando quienes ejercen la autoridad se apartan de los sanos principios que enumera Guardini y en lugar de trabajar por el bien común adoptan una actitud agresiva sobre los derechos más esenciales de los ciudadanos. Porque ya no es solamente como impactan en “el bolsillo” las torpezas y arbitrariedades resultantes del mal desempeño en el ejercicio del poder, sino la vida misma. El desmanejo para realizar en forma adecuada el testeo de nuestra población y la obtención de las vacunas provocan muertes que pueden ser evitadas. Y resulta en este contexto una afrenta para toda la sociedad que hayan existido situaciones de privilegio en el otorgamiento de las vacunas. Nada puede ser más grave que jugar con la salud y la vida de las personas.
Magnanimidad, audacia, fortaleza, tres palabras que resultan ausentes en las actitudes y decisiones de quienes más deben velar por el bienestar de los argentinos. Difícil separar la paja del trigo, porque los protagonistas no ceden en su afán por conquistar o retener el poder, en cualquiera de sus formas. La orfandad del ciudadano es muy grande ante esos dos caballos que galopan decididos sin que nadie les interponga seriamente resistencia.
Y vuelve el interrogante: ¿qué esconde esta descarnada lucha por el poder? ¿Acaso dos proyectos de sociedad y país tan diferentes que no es posible el dialogo franco y abierto que exige la práctica democrática? ¿Y acaso estos proyectos están de alguna manera sometidos a y dependientes de externas presiones o lealtades?¿O sólo es la necesidad de protección de los poderosos, ya constituidos en auténticas élites de espaldas al servicio de la ley y el ciudadano?
Es el ciudadano común argentino el que está manifestando magnanimidad, audacia y fortaleza. Se percibe en el personal de salud que ofrenda su propia vida para atender a los pacientes; en los docentes que continúan con sus actividades educativas a pesar de los riesgos y falencias de un sistema deteriorado en su reconocimiento e infraestructura. Y también en todos aquellos empresarios y trabajadores de auténtica buena voluntad que, sin estar beneficiados por ninguna de las prebendas de las élites ya consolidadas, soportan con su trabajo de cualquier nivel y cada día con mayor sacrificio a las cada vez más indefensas familias argentinas.
Entre los antónimos de los tres conceptos liminares antes mencionados, figuran la ruindad, la cobardía y la endebles, una auténtica grieta. La grieta entre las élites dominantes y los ciudadanos de a pie, quizás la única que real y efectivamente existe. ¿O acaso los argentinos hemos perdido la vocación de ser una nación, es decir una comunidad con valores, ideales y sueños comunes? ¿Ya no nos une el deseo expresado en el Preámbulo de nuestra Constitución? Vale la pena en todo caso leerlo y recordarlo, preguntándonos cuál es la verdadera grieta y de qué manera podemos cerrarla.
“Nos, los representantes del pueblo de la Nación Argentina, reunidos en Congreso General Constituyente por voluntad y elección de las provincias que la componen, en cumplimiento de pactos preexistentes, con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino: invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia: ordenamos, decretamos y establecemos esta Constitución, para la Nación Argentina.”
Desconozco si hemos perdido la vocación por ser una nación, pero claramente hemos perdido la vocación de ocuparnos de la cosa pública, tarea que mejor ejemplifica el amor al prójimo.
Muchas gracias por tan certero y estimulante comentario. Sería interesante ahondar en las razones por las cuales se ha perdido esa vocación por la cosa pública.